¿Dormir? ¿En serio quieres que duerma? Imposible, de verdad, no quiero, que tal que... no sé. Te lo digo, me da miedo y si ya sé que no te importa porque dormir es parte de la naturaleza humana y estoy de rara y nomás me quiero hacer la interesante. Pero no, nada de eso que piensas es. Voz de mi cabeza, ruido de mi corazón ¡callate ya! Imagina que todo lo que piensas ahora, mañana cuando te despiertes habrá desaparecido, dejarás de ser esto que crees ser ahora, tendrás que re-configurarte. Horror.
Sí, muero de sueño, pero no quiero dejar de ser esto que soy ahora, detesto, de verdad perder eso que ahora tengo. Me siento yo... un poco gris quizá, triste, sí. Es ahora que te escucho, ruidito molesto, finalmente cobras vida dentro de mí y ahora quiero amar a aquel, abrazar a aquella otra y así, pero eso sólo si estas tú, ruido.
Sueño, dormir, despertarse. Si me despierto ando angustiada, pero no sé porqué, es como arrojarse al vacío diario sin saber que se anda en el vacío; si voy a andar cayendo, pues que sea de una vez ¿o no?, tú qué dices ruido que ahora te callas. En fin ¿nada? ya me la esperaba, te gusta dejarme en la nada, mañana...pesadilla; ahora angustia de perderme, y despues de no encontrarme. ¿Como podré eventualmente encontrarme si nunca puedo quedarme en el fondo del barranco y "echar raíces" en algún lado? ¿Porqué la insistencia de hacerme caer siempre?
Quedarme despierta quisiera yo, pero no se puede verdad...¿o sí? Nah... sería como estar dormida pero en pseudo-conciente. Entonces dormiré y mañana no entenderé porqué te escribo esto, y si sí es porque no he dormido del todo. Ruido
martes, 24 de marzo de 2009
viernes, 20 de marzo de 2009
Relato del "Monte de las Cruces"
Y esa misteriosa anciana optó por sentarse junto a mí. Usaba lentes de mica negra, una blusa de fondo blanco llena de florecillas azules y de diminutas hojas verdes. No creo que mi mirada haya sido muy discreta, y por eso mismo, me pregunto porqué no volteó nunca a verme. Su falda gris llegaba mas abajo de sus rodillas, usaba medias claras, y zapatos de piel negros. La verdad, ahora que lo pienso, creo que ni siquiera notó mi presencia, a pesar de ser la segunda vez que se sentaba a mi lado en la semana.
Para caminar usaba un bastón gris, como su falda. En sus hombros llevaba una mochila negra terriblemente pesada, o al menos eso creí al verla, también cargaba un suéter azul claro, como el de las flores de su blusa.
El autobús iba lleno, bueno, casi, a mi izquierda quedaba un lugar vacío. Nadie quizo sentarse allí, tampoco entiendo porqué, ¿los habré visto feo? o será que simplemente les gusta andar de pie. En fin, cuando vi a dicha anciana pequeña, de bastón y arrugada no dudé en dejarle claro que se sentara a mi lado, no porque sintiera la necesidad de llenar ese "vacío", sino porque me parecía impensable que se quedara parada. Imaginen como me sentí, cuando la vi darme la espalda y sostenerse de uno de los tubos de metal del bus. El asiento seguía vacío y terminé durmiéndome.
En algún momento del camino sentí que debía despertarme, estaba esa viejita "limpiando" el asiento a mi lado. Yo no vi ninguna migaja o basura que "limpiar", pero aparentemente ella sí y ¡vaya que eran muchas! Finalmente, en un proceso que yo creí no terminaría, se sentó, para lo cual acomodo de cinco maneras diferentes la mochila (pesada) sobre sus piernas, optó por la cuarta forma. El suéter también tuvo que ser constantemente "rehubicado" sobre la mochila, hasta que decidió ponérselo. Así esa señora arrugada tenía una mochila enorme "acostada boca arriba" sobre sus piernas y con un bastón entre éstas.
Me parece increíble que aún no les haya dicho que durante todo este tiempo murmuraba; primero pensé que me hablaba y me desperté, pero no, se hablaba a sí misma. Ésta podría ser otra razón por la cual ni me haya visto cuando le hice "evidente" que había un lugar junto a mí, ni cuando la observaba detenidamente. En fin, ingenuamente creí que podría dormir sin mayores "distracciones", pero no; aquella pasita toda arrugas no dejaba de sacudir su ropa, de la misma forma que limpió el asiento, como si cubierta de polvo, intentara desesperadamente quitárselo de encima. Pensará quizá el lector que soy una quisquillosa, pero vaya, me inquietaba que se moviera tanto la señora esa, usualmente la gente se sienta y ya, casi ni nos damos cuenta de su existencia (lo cual no digo que sea bueno) pero nadie antes había tenido esa obsesión "quita polvo".
Añado a esto que, cuando no se "sacudía" se sostenía fuertemente del respaldo frente a ella y se inclinaba hacia adelante y hacia atrás, como si estuviera orando. Eso sí, pies y piernas permanecían inmóviles.
Yo no podía ya ignorarla, lo que pasaba por la carretera me tenía sin cuidado. ¿Qué diablos limpiaba o sacudía? ¿debía y debo hacer yo lo mismo? ¿porqué nadie más se le queda viendo "raro"? y sobre todo ¿qué tanto murmuraba? Gracias a sus lentes, los ojos se le veían pequeños, no parecía estar loca, de hecho su concentración le daba un aire autoritario y "cuerdo". Creo que sí, me daba un poco de miedo; se veía pequeña, pero no por eso débil, realmente prefería no dormir por temor. No podía saber que haría esa curiosa mujer, a qué se dedicaba y cuando hay tanto misterio, mas vale dudar. Así pasó el camino o pasamos nosotros por él y llegamos a la panadería del pueblo. La anciana tomó su bastón primero, luego sujetó su mochila, la cargó con su brazo derecho; ápoyándose en el bastón, sin mucho esfuerzo logro levantarse. Murmurando se colocó, diestramente, la mochila en su espalda; volteó a verme o eso creo. Quizá veía las cosas de manera distinta a nosotros y por eso tenía que "sacudirse"de eso que yo y los demás no podíamos notar.
Le sonreí, por si las dudas me reprochaba con esa mirada seria y fría, el haberla observado durante todo el camino. ¡Qué chistosa le salía yo, sonriéndole! Pena debía haberme dado. En fin, ni siquiera lo notó o al menos eso me pareció y sigue pareciendo. Bajó lentamente del autobús porque se había "soltado" la lluvia (el porqué y de dónde se soltó, lo ignoro) Así que de nuevo, me encontraba sola, nadie se sentaba a mi lado a pesar de venir lleno el "camión". Opté por dormir, esta vez confiaba en la normalidad de las personas que me rodeaban. Error mio, pensarán ustedes, y no los contradigo; pero, la necesidad de dormir, se pudo presentar en mí entre esa gente medio ausente, la gente promedio.
La soledad del sueño
Al final del día ellos están solos.
Antes de dormir empiezan a aislarse, sus pensamientos giran en espiral hacia un centro que no pueden ver. Un punto profundo, cuyo fin no podemos percibir, lleno de imagenes del hoy ya caduco. Del cuarto desaparecen el buró, el escritorio, la lampara del buró, el librero, el closet; desaparece todo menos la cama. Lecho de sus amores y de sus lágrimas, pesado recuerdo de saberse solos.
La luz, tangible, es respirada; la garganta reseca, piden un poco de sombra, no la hay, en el cuarto sólo están ellos y la cama.
Luz reveladora de la nostalgia de quien, enamorado, no quiere saberse solo.
Luz maldita y cegadora que no deja ver las memorias. Imágenes hechas sombra, trazadas con un suave lápiz que parecen borrarse girando. Un espiral que no acelera, dulce agonía de quien ve pasar lo que ya fue y no volverá a ser. No lloran los solitarios, no sufren; tristes están, la luz no los deja dormir. Respiran ese aire cálido y luminoso y siguen sedientos, con los labios secos. Cansados de respirar luz cierran los ojos; ven frescas sombras deslizarse hacía ese centro desconocido, sienten su corazón palpitar, se sienten a sí mismos. Los procesos neurológicos, con sus pequeñas descargas eléctricas, estimulan el tacto. La antigua sed se vuelve casi imaginaria, las claras sombras del recuerdo juegan a caer y cuanto más rápido caen, aumentan los estímulos eléctricos. Conciencia absoluta del cuerpo, soledad no triste ya. Sueño, tranquilidad del enamorado, que en su cama deja caer su pesada cabeza llena de sombras, ahora estáticas. Duerme éste, y no se da cuenta que su angustia ha terminado.
domingo, 15 de marzo de 2009
Primero sueño - Sor Juana
El alma, pues, suspensa
del exterior gobierno,-en que ocupada
en material empleo,
o bien o mal da el día por gastado-,
solamente dispensa
remota, si del todo separada
no, a los de muerte temporal opresos
lánguidos miembros, sosegados huesos,
los gajes del calor vegetativo,
el cuerpo siendo, en sosegada calma,
un cadaver con alma,
muerto a la vida y la muerte vivo,
de lo segundo dando tardas señas
el del reloj humano
vital volante que, si no con mano,
con arterial concierto, unas pequeñas
mustras, puksando, manifiesta lento
de su bien regulado movimiento.
viernes, 13 de marzo de 2009
De la nada se sigue el todo
Después de la nada está el todo. La cosa es salir de la nada, que en sí, ya es un todo. La diferencia radica en la oscuridad de uno y en la claridad del otro. En la nada, los contenidos están comprimidos, se encuentran tan pegados los unos a los otros que no se logran distinguir. La nada comprime el todo hasta que cada cosa termina siendo lo mismo; no hay espacio entre los objetos, todo está ocupado por todo, y no existen las diferencias. ¿Qué podemos decir de ese todo comprimido? No hay nada en él, no podemos definirlo ni señalar sus diferencias; la nada es eso, puro “uno” oscuro y confuso, porque estar en él no es como flotar; la nada es estática, densa. Tampoco podemos movernos en ella, somos comprimidos y ese es el único cambio en nosotros.
La nada está presente cuando el corazón se ausenta, la nada es el resultado que deja la razón cuando quiere encargarse de los sentimientos. El pseudo entendimiento de las emociones no nos guía por los claros del camino, sino que tiende a ocultarse entre bosques de lobos feroces. La razón es débil si el corazón no le ofrece su apoyo, la razón sola va en declive.
El todo nunca nos deja, el todo está en la nada, haciéndola algo distinto. Es fruto del corazón y de la mente, camino claro hacia un lugar desconocido, rebosante de cosas plenas y bellas. El corazón separa con diligencia y sabiduría lo que a él se le presenta; ilumina y señala los peligros que la razón sola no consigue ver. Es el órgano sensible que recibe las emociones y da motivos a la mente para reflexionar de manera ascendente y no descendente; expande y no comprime. El todo sigue a la nada, en cuanto el primero nunca nos abandona y el segundo es sólo un momento, largo o corto de oscuridad.
miércoles, 11 de marzo de 2009
Mauricio
-¿Cómo te sientes?
-Pues como así.
-¡Ah! Pues no te entiendo, dilo, será mas fácil.
-¡Si voltearas a verme quizá entenderías! Es una cosa de este tipo...ya sabes.
- Ve, no te entiendo.
-¿Ver? Yo qué debo ver si no me estás mostrando nada, sólo hablas. Si pudiera decirte como me siento ya no me sentiría tan mal, porque al menos "eso" ya tendría nombre.
-No exageres, tienes las palabras necesarias para decírmelo, además hay tiempo, no me digas que tienes que "trabajar"...
-Carla, veme, ¿estás bien?
-¡Mauricio! ¿donde estoy?
-Contesta ¿estás bien?
-No.
-¿Cómo te sientes?
-Triste.
-¡Ah bueno! Nada de que preocuparse.
-Pues como así.
-¡Ah! Pues no te entiendo, dilo, será mas fácil.
-¡Si voltearas a verme quizá entenderías! Es una cosa de este tipo...ya sabes.
Mauricio no dice nada, la observa, se ve tan ridícula moviendo sus brazos en círculos. La mano derecha giraba rápidamente, mientras que la izquierda se empeñaba en obstaculizar su paso; después intercambiaban papeles y giraba la izquierda hacía cualquier dirección y la derecha siempre se lo impedía. A Carla le parecía clarísimo que todas sus emociones se daban a entender en ese movimiento.
- Ve, no te entiendo.
-¿Ver? Yo qué debo ver si no me estás mostrando nada, sólo hablas. Si pudiera decirte como me siento ya no me sentiría tan mal, porque al menos "eso" ya tendría nombre.
-No exageres, tienes las palabras necesarias para decírmelo, además hay tiempo, no me digas que tienes que "trabajar"...
Carla rompe en llanto, él no parece entender que no pueda decir nada de lo que pasa por su cabeza.
No hay palabras, sino ruido y las imágenes están borrosas; sólo siente su mente girar. Sus ideas, pesares y memorias se unen en un mismo punto, casi imperceptible. Empiezan a dar vueltas, cada vez con mayor velocidad. La aceleración es tal que idea,pesar y recuerdo se hacen uno, grande y veloz.
Mauricio, al verla en tal estado le pide perdón, aunque no cree haber hecho nada que merezca pedirlo. Carla percibe desde el abrazo que él no sabe nada, y ni quiere saberlo, porque no desea entender lo primero: ella no puede expresar sus sentimientos. Con cierto enojo lo aleja de sí, se seca las lágrimas de sus ojos azules y se aleja de él, casi corriendo.
Una vez lejos ya no huye de él, pero de sí misma, de ese cuerpo interior que va adquiriendo volumen y que cubre como un velo negro su alegría. Huye del todo que la oprime, eso que Mauricio interpreta como "nada importante", porque no se puede decir. No quiere llorar y le duele la cabeza; desea pensar, definir en cierto modo eso que le pasa, pero no puede, la masa no deja de acelerar.
-Carla, veme, ¿estás bien?
-¡Mauricio! ¿donde estoy?
-Contesta ¿estás bien?
-No.
-¿Cómo te sientes?
-Triste.
-¡Ah bueno! Nada de que preocuparse.
lunes, 9 de marzo de 2009
Desconocidos
Siguen siendo desconocidos, esos que diario se hablan, comparten risas y miradas. Parecen vanos los intentos de conquista que ocultan bajo sus gestos, porque ambos niegan que seducen al otro. Viven negándose, ocultando sus sentimientos.
De noche, cuando está sola Sofía piensa una y otra vez que no podrá seguir viviendo así. Seguramente él no piensa en ella, y de hacerlo no lo demuestra, nunca hablan. Quién sabe porqué hablar con él se ha convertido en una necesidad, no tiene nada que decirle, incluso, es probable que todo lo que diga sea extremadamente tonto. Y se le iban las horas pensando en el “qué le dirá” y en el “cuándo”, pero no contemplaba que realmente podría hacerlo, simplemente admiraba la posibilidad.
Cuanto miedo y cuantos pequeños dolores pasaban por ella. En su corazón, Sofía guardaba pedazos de bellos recuerdos para seguir adelante, para no dejar de conquistarlo. Al meterse a su cama, no podía dormir, ni leer, pensaba entre que el “sí”, el “si” o el “no”, desconfiaba todo el tiempo de las convicciones de su frágil corazón, por momentos lo ignoraba, quería saber qué hacer y cómo. Quería estar segura de que lo que hacía era lo adecuado, pretendía, de vez en cuando, calcular los daños, y entre tanta reflexión se le iban escapando las emociones. Cuando finalmente conseguía dormir el aire que respiraba estaba invadido de aquellas emociones huidizas, las volvía a respirar y al hacerlo entraban con mayor fuerza dirigiéndose de sus pulmones a su cerebro. Jugaban las emociones con la mente pseudo-dormida, se acomodaban entre los rincones llenos de memorias, que el corazón aún no se había robado. Dormida, su corazón latía el doble, la angustia aumentaba, él aparecía en sus sueños, le hablaba como si fuera una más… incluso en sus sueños no “hablaban” como ella hubiera querido.
Al amanecer, no quería salir de su cama, se despertaba sudando, con miedo y temblorosa. Cualquier cosa que tomase se caía de sus manos. No sabía que ropa ponerse, ni qué perfume, menos qué zapatos y mientras veía el ropero el tiempo pasaba.
De noche, cuando está sola Sofía piensa una y otra vez que no podrá seguir viviendo así. Seguramente él no piensa en ella, y de hacerlo no lo demuestra, nunca hablan. Quién sabe porqué hablar con él se ha convertido en una necesidad, no tiene nada que decirle, incluso, es probable que todo lo que diga sea extremadamente tonto. Y se le iban las horas pensando en el “qué le dirá” y en el “cuándo”, pero no contemplaba que realmente podría hacerlo, simplemente admiraba la posibilidad.
Cuanto miedo y cuantos pequeños dolores pasaban por ella. En su corazón, Sofía guardaba pedazos de bellos recuerdos para seguir adelante, para no dejar de conquistarlo. Al meterse a su cama, no podía dormir, ni leer, pensaba entre que el “sí”, el “si” o el “no”, desconfiaba todo el tiempo de las convicciones de su frágil corazón, por momentos lo ignoraba, quería saber qué hacer y cómo. Quería estar segura de que lo que hacía era lo adecuado, pretendía, de vez en cuando, calcular los daños, y entre tanta reflexión se le iban escapando las emociones. Cuando finalmente conseguía dormir el aire que respiraba estaba invadido de aquellas emociones huidizas, las volvía a respirar y al hacerlo entraban con mayor fuerza dirigiéndose de sus pulmones a su cerebro. Jugaban las emociones con la mente pseudo-dormida, se acomodaban entre los rincones llenos de memorias, que el corazón aún no se había robado. Dormida, su corazón latía el doble, la angustia aumentaba, él aparecía en sus sueños, le hablaba como si fuera una más… incluso en sus sueños no “hablaban” como ella hubiera querido.
Al amanecer, no quería salir de su cama, se despertaba sudando, con miedo y temblorosa. Cualquier cosa que tomase se caía de sus manos. No sabía que ropa ponerse, ni qué perfume, menos qué zapatos y mientras veía el ropero el tiempo pasaba.
De alguna manera conseguía vestirse apropiadamente y llegar a tiempo al trabajo, donde en la oficina de al lado estaba él, tomando su café frío y barato.
El 11avo piso
Yo te vi pasar bajo mi balcón, tus brazos cruzados, pensando otra vez en aquellos problemas que te traen cabizbajo. Quise gritar tu nombre, pero te veías tan bonito, callado y pensando. Tenías un aire triste, como casi siempre. Quise hacerte reír, pero desde ese onceavo piso no hubiera podido; yo te vi y tu no veías más que el suelo aparecer bajo tus pies.
Imagino tus ojos, y recuerdo que me gustan, porque cuando ríes no saben ocultar tú tristeza. Me agrada verte caminar, pareces perdido, a pesar de estar a una cuadra de tu casa; siempre pareces estar perdido.
Me agrada verte de lejos, como si verte desde aquí pudiera ayudar a despejar tu mente, como si mi mirada permitiera tu felicidad.
En fin, hoy te volví a ver pasar, ésta vez la cabeza en alto y me pregunto si podré acercarme a ti, aunque no tenga nada que decirte.
domingo, 8 de marzo de 2009
Ella y él
Ella se acerca y él se aleja. Él tiene miedo de ser atrapado, quizá lo lastimen las artimañas de ésta. A él le gusta perseguir, así puede prevenir el daño que aquella pueda ocacionarle, o al menos eso cree, ingenuamente. Ellos no se conocen, ni se han visto, pero aún así ella corre tras de él, convencida de que éste tiene todo eso que aun no sabe qué es.
Dan pasos fuertes, porque tienen miedo de dejar de pisar el suelo, respiran hondo ya que el aire parece acabarseles entre tanto temor. Y a pesar del creciente dolor en su pecho, aquél no se detiene; su corazón no quiere aceptar que le quieran. Pero ella no está más convencida que éste, solamente que de tanto correr se le olvida que su corazón es igual de frágil que ese que desea alcanzar.
sábado, 7 de marzo de 2009
Del movimimento continuo
Ayer vi nuestras manos moviéndose, mi mano derecha buscando tu mano izquierda y mi mano izquierda tu rostro. No sólo las vi moviéndose, sino que sentía mi corazón palpitar, deseante del fin del movimiento. Anhelando tocar tu rostro y tomar tu mano.
Ayer sentí que el tiempo huía, deslizándose.
También ayer, agoté todo mi pensar en ordenar el movimiento.
Tú me dijiste hoy que no viste nada moviéndose, y me enojé, luego me reclamaste por no haberte tomado la mano, me tachaste de fría y sostenías firmemente que yo no te quería. Lloré y te quise ver en la noche; cuando llegue al café ya estabas tú allí, y cuando quise saludarte, de nuevo no pude tocarte. El tiempo seguía huyendo y nosotros seguíamos moviéndonos sin jamás llegar a terminar nuestro mover.
Ayer sentí que el tiempo huía, deslizándose.
También ayer, agoté todo mi pensar en ordenar el movimiento.
Tú me dijiste hoy que no viste nada moviéndose, y me enojé, luego me reclamaste por no haberte tomado la mano, me tachaste de fría y sostenías firmemente que yo no te quería. Lloré y te quise ver en la noche; cuando llegue al café ya estabas tú allí, y cuando quise saludarte, de nuevo no pude tocarte. El tiempo seguía huyendo y nosotros seguíamos moviéndonos sin jamás llegar a terminar nuestro mover.
viernes, 6 de marzo de 2009
La -mente y sus derivados
Lógicamente todo escrito nos lleva incondicionalmente a los callejones que ingeniosamente nuestra mente ha reservado para almacenar alfabéticamente la información más valorada sentimentalmente. Y nos lleva allí porque las palabras que intelectualemente usamos son las llaves de toda puerta intencionalmente cerrada. Los callejones permanentemente cerrados aseguran que el contenido no se escape accidentalmente; entonces una parte del cerebro cautelosamente los cierra y otra, mediante la escritura, los abre ingeniosamente.
Cuando exitosamente se consigue entrar a uno de éstos, la sálida es extremadamente difícil, porque los sentimientos enclaustrados nos envuelven apasionadamente, sin intenciones de dejarnos ir libremente. Al entrar se inicia una condena, llevada torpemente si no se sigue escribiendo ,pero, responsablemente si se continua la exploración de callejones. Si somos inteligentes y obramos como tal podemos opinar que por simple lógica, quién escribe vive mejor que el que no.
Amor incondicional
De yo te hubiere llamado no se sigue que tu me hubieres contestado. Si yo hubiese osado tomar el teléfono, cosa que no hice, tu hubieres querido estar con migo. Haya habido o no una pelea entre nosotros, sabes que tengo razón; si no la tuviere nadie más la tendría. Y como tengo razón, si me hubieses llamado ayer en la noche te hubiera dicho que te quiero incondicionalmente.
Hubieses preferido marcar mi número,ahora que estoy entre que te amo y no.De que me hayas amado ya no se sigue nada, con mi rencor hubiere querido asomarme a la puerta de tu cuarto y tomarte por sorpresa, haciendo nada. Quiero que sientas pena por el lastimoso hecho de que, todo amor que ahora profese por ti no será de todo y acerca de todo lo que se diga de ti. Sólo bajo ciertas circunstancias y eso si me parece.
jueves, 5 de marzo de 2009
Autobús
Pensaba aquella niña que el señor del autobús anotaba las cuentas pendientes de aquél poeta del departamento 103. Pensaba la mujer que no iba en un autobús sino que flotaba por encima de los autos; sabía el hombre que era observado por la niña.
Sus grandes y negros ojos, los de la pequeña, buscaban en el papel de aquél, el resultado de su ensimismamiento; a su izquierda la mujer sacaba su libreta de dibujos y empezó a trazar líneas sin mucho sentido. El hombre escribía, y de vez en cuando, cuando ésta no lo notaba, volteaba a ver a la niña. Poseía la gracia que años más tarde se transformaría en sensualidad, sus ojos curiosos parecían preguntar por el porqué de cada cosa. Ella observaba al hombre delgado que quizá pensara en muchos números o anotaba en su agenda todos sus pendientes. Su mirada, primero atenta, se perdía conforme la mano de aquél adquiría velocidad propia. La mujer se ponía los audifónos de su ipod, veía a su alrededor, luego hacia la ventana y de nuevo a la hoja. El autobús frenaba bruscamente, el señor rayaba la mitad de lo que había anotado, ella prevenía el desastre y levantaba el lápiz del papel.
Era cierto que aquél poeta no había pagado, pero el "anotador" no estaba molesto, quería ayudarle, siempre quería ayudar y el poeta nunca quería salir de las aguas metafísicas que lo ahogaban. El que anotaba veía a la niña, a su madre, a la mujer y pensaba. Cuando no habían baches procuraba escribir y el sol se ocultaba tras las montañas, dejando saborear su luz dorada. La niña creyó que ese señor era muy aburrido, su traje gris la ponía triste, sus ojos azules ocultos por unos lentes pequeños estaban casi muertos y su delgadez extrema la asustaban. Temerosa veía al sujeto, como si buscara la vida en él con el prejuicio de que no la tenía, pensando que anotaba pequeños números fríos, como él. Se acercaban al destino y tanto él como la señora guardaron sus cosas en sus bolsas, ambos arrancaron la hoja en la que habían estado trabajando y doblaron en mitades muy pequeñas. Primero se bajó la niña, su madre la jalaba del brazo; al mismo tiempo, el hombre ponía en la mano de aquella la hoja arrancada. Luego la mujer se bajó y dejó en la mano del señor su dibujo. Finalmente y un tanto sorprendido, se bajó él del autobús.
El dibujo retrataba a la niña viéndolo escribir. El dibujo ilustraba lo que había escrito, deseaba ir por la artista, preguntarle porque hizo ese dibujo y no otro.
La niña sonrió al leer la carta, ese hombre no era un sujeto gris, sino un observador, casi como ella.
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