martes, 29 de septiembre de 2009

El todo y la nada -bis-

Alojada en el fondo de una nada que todo promete; la fusión absoluta con el miedo y la alegría informe. Muerte prematura de una mente vacía. Camina errabunda, incapaz de olvidar la pena, incapaz de devolver a esa nada el error una y otra vez repetido.
Y quizá sólo ahora se da cuenta que la nada ya no existe, los pies fugitivos desean alcanzarla, pero el suelo se los impide. Las personas son como fantasmas, los fantasmas son sólo recuerdos.
Recuerdo la nada, el miedo trepidante frente a mi propio vacío tan lleno de impulsos sin causa. Recuerdo la ausencia absoluta de mí misma, tan mezclada con ese todo que nada es. Recuerdo el vértigo, recuerdo la nausea.
El simple ejercicio de mi memoria confirma el hecho de que ya no estoy en la nada, soy dolor, soy vergüenza, soy decepción, soy todos los fantasmas invisibles de una nada que he dejado atrás; un fantasma hecho persona. El aire que respiro me corresponde, el agua que tomo es mía, la piel que me rodea es sagrada; si me muevo la flor muere.
Atrapada por mí misma,la mente grita entre esa frágil línea donde las cosas que no existen prometen y las que existen aún quedan lejos. El paso definitivo, el cambio de ciclo, no hacia el todo, sino, hacia una nada menos fragmentada.

viernes, 18 de septiembre de 2009

La penúltima versión de la realidad

Soy los besos perdidos en tu cuello,
soy los minutos en los que te abrazo,
incluso soy el instante del beso en el que te abrazo.
-
Me persigue la voz inmortal,
la palabra encantada,
no me abandona tu boca.
-
Eres la mano que me canta al oído,
eres la piel bajo la mano,
eres el oído enamorado.
-
Soy la hora del tráfico,
eres la tarde nublada,
eres el puro instante, la gota de agua,
soy el río que te lleva cuesta arriba, cuesta abajo.
-
Sin haber sido, somos,
sin pronunciarnos mutamos.
Somos el relato que crece y se desmorona,
que corre y se cuenta a sí mismo.
-
Añado lo siguiente;
somos el beso,
la lágrima,
la tristeza.
-
Somos la piel que nunca se olvida,
el instante electrizante
donde no sólo somos tiempo,
sino, espacio.

Sólo la punta del iceberg del genio de Borges

jueves, 3 de septiembre de 2009

Viaducto

Estaba sentada en la esquina de la banca, los pies bien apoyados sobre el suelo, las manos sobre sus rodillas. Su cuello de búho giraba impaciente de derecha a izquierda una y otra vez, Martín no llegaba.
El café se había quedado sobre el buró y la carta medio abierta de Veronica descansaba, indignada, sobre la almohada verde de su destendida cama. Tomó su cubo de colores, lo desordenó, fue mecánico: dos a la izquierda, dos a la derecha, azules por rojos, rojos por amarillos, estos por verdes y nunca verdes por los primeros. Continuamente desacomodado, el cubo cedía ante la pasión de la mujer desesperada.
El retraso de media hora no convertía la llegada de Martín en un alivio, ansiosa por cubrir su deseo le mostró su cubo, perfectamente ordenado. El coche esperaba en la esquina, largo, negro, ni tan nuevo ni tan bueno, pero, de manejo suave. El aire insoportable llenaba el interior del auto, los vidrios bloqueados, la radio descompuesta, su voz cínica de hombre guapo lejos muy lejos. Tomarían vino, ella lo sabía, mucho vino; caminarían, fumarían, e, irían al bar de siempre a escuchar la misma banda mala de jazz electrónico. Una noche ácida.
Claxón, se repite estridente al unísono, ella avanza, ni se percata del mal humor del resto de los conductores. La mano sobre su pierna, quiere no sentirla; imagina el vino, la copa, la mesa; imagina el aroma, el color; imagina el primer sorbo, como dulce seda que se desliza por la lengua y por todo el cuerpo envolviéndolo. Ve su mano sobre su cabeza acomodándole su largo cabello negro, siente que se deslizan sus dedos por su cuello. Los ojos quieren cerrarse, capturar para siempre el momento.
Él la ve inmóvil, quizá desesperada por el tráfico, el humo de todos los coches capturados entre los espacios que existen entre ellos. Resiste la tentación de evadirse, disfruta la tortura, lo ve, sonriente.
Esa noche no fumaron, ni salieron, tampoco caminaron. Tomaron la copa, y bebieron cautelosamente el vino, se dejaron abrazar por él, rendidos el uno ante el otro. El beso, labios que se quiebran, primera punzada del tacto, sentidos entremezclados, un sólo corazón que se estremece y palpita.