jueves, 16 de octubre de 2008

El puerto

Hoy esperé en el puerto una vez más y me puse el vestido rojo que siempre te gustó tanto. Me mandaste un telegrama vacío, la fecha estaba borrosa, y yo no sé que día esperarte.
Por eso todas las mañanas compro jugo de maracuya y te espero. Creí que sería divertido ver la gente entrar y salir de los barcos, las despedidas y bienvenidas, muchas lágrimas y risas, pensé que no tardarías. Mis mañanas terminan con más de un trago ácido de maracuya, lo dulce se pierde cuándo esperas a alguien más.
¿Y ahora quién me quita de la cabeza dicha obstinación? Si llegas y no estoy, creerás que me he olvidado tanto de ti como del jugo. Ambos dijimos que la única razón que teníamos para vivir en ese pueblo, eramos nosotros, no quisimos perdernos en la inmensidad del mundo y yo esperé aquí.
Vuelvo a casa y escribo, cartas que no podrás recibir, porque estás en un barco. Para mí estás en ningún lado. Hoy escribo una vez más, y aviso, por si algún día se me olvida, no comprare más jugo. No lo haré porque se me escalda la lengua, y si llegas me gustaría poderte besar. Digo si llegas, porqué nunca sabré hasta que te vea.

3 comentarios:

uh uh uh dijo...

Lo dulce se pierde cuando esperas a alguien más.

Fui fan.

Mondblume dijo...

Esperar es lindo, o, por lo menos, a mi me gusta. Siempre y cuando siga habiendo algo que esperar.

Leonardo G.O. dijo...

Esperar... esperar es algo bonito; pero... difiero: esperando no se pierde lo dulce; más aún, se intensifica lo dulce: lo dulce es dulce en otro sentido.