miércoles, 14 de octubre de 2009

Andrea

Camina en el borde del precipicio
y sigue caminando.
El mismo profesor colérico le grita a sus alumnos cansados. Por la ventana los pájaros presumen sus alas rojas y negras, nadie aguanta las ganas de salir al patio. Necesitan concentrarse y resolver un problema de economía ya resuelto por un montón de genios hace más de veinte años.
Problemas caducos, impensables, imposibles. El pizarrón se duerme, muestra su propio desinterés por la clase y todo apunta a que Andrea sigue molesta. Carlos se acerca a ella, corrige la fecha mal escrita en su cuaderno, levanta su pluma del suelo, le sonríe, no está acostumbrado a este tipo de situaciones. Lo que no sabe es que Andrea no está molesta con él, sino con Aquella sentada en un rincón del salón.
Andrea piensa que ella es mejor que Aquella, sus ojos verdes intentan demostrar la bondad de su corazón, sus manos pálidas presumen su sutilidad y cariño; Carlos la observa inquieto, la siente triste.
Aquella los ve, lamenta el malestar de Andrea, realmente lo lamenta; pero ella no es mejor ni peor que sí misma, ella es totalmente otra. El camino de Andrea es otro, Aquella lo sabe y Carlos también; en sus cabezas sigue el vértigo, el ansia de verla parada a la mitad de la vereda, esperándolo y odiándola.
Perdida en su propia mente, Andrea la ve, Aquella es mala, casi perversa, una "maldita" y aparentemente sólo ella lo observa... no lo entiende.
La clase pasa, los ejercicios se vuelven cada vez más turbios, ese problema antiguo ya ni es problema, no es posible formularlo. Andrea se apoya en la banca de su izquierda, Carlos, a su derecha, intenta hacerla reír. La garganta se aprieta, sólo hay paso para el aire que la mantiene conciente.
Termina la clase, Andrea huye al patio o al baño, Aquella no puede ayudarla, quisiera pero no puede y no puede porque Andrea nunca lo permitiría.

1 comentario:

uh uh uh dijo...

Lo que pasa es que Andrea no sabe lo que quiere. No es él, sólo es un momento.

O eso creo.

cuppeci