jueves, 1 de octubre de 2009

Tacubaya

Yo no tenía nada que hacer ese día, simplemente quería llegar a casa. Una señora de vestido rosa, de esos que parecen tela de cortina, desaliñaba la fila accidentalmente perfecta de los usuarios del metro. No sé porqué pensé que sería buena idea preguntarle si necesitaba ayuda. Con una voz ronca pero suave me dijo que se dirigía a la línea café. Me sorpredió el hecho de que anduviera con un paso tan firme sin saber, aparentemente, hacia donde quedaba su rumbo. La hubiera acompañado hasta las escaleras casi infitas de la línea de no ser que tenía hambre. Le dije que yo la dejaba allí porque yo uso la línea rosa, y sonriente se despidió. Volví a la misma apatía, al mismo estado inerte.Permanecí en ese estado hasta que volvío a mí la imagen de la señora ciega, su bastón en la mano, los lentes oscuros llevados con cierta gracia. Me parecía casi ridícula la conversación, la línea café pudo haber sido amarilla, la estación pudo haber sido otra, pero esa señora parecía saber de que hablaba, yo ya no entendía.

4 comentarios:

Mondblüme dijo...

He ahí la forma de que un ciego reconozca los colores.

Pia dijo...

Wow, la escena me recordo mucho a un corto de Carlos Carrera, lo buscare y luego te lo paso.

uh uh uh dijo...

Pero dejaremos a JL con su problema idealista.

Porque es como cuando tenemos la imagen que se refleja y

A ver, Anna, sigue leyendo.

Meruti Mellosa dijo...

De verdad que esta ciudad es tu musa.