Pareciera chiste que el tiempo pueda darse el lujo de ir tan lento, a mi me suena a que se rasca el ombligo y la calva (el tiempo está calvo). Además se pone gordo, y no se lava más los dientes, muestra desprecio hacia todos aquellos que, atorados en su gelatinosa masa, tratamos de correr. Parece chiste pensar que, ahora me sobra el tiempo. No dejo de repartirlo entre mis personajes, pero ellos, siempre tan modestos toman una mínima parte. A mi me parece que el tiempo es joto, y en una de sus jugarretas obscenas me deja soñar cosas demaciado bizarras. Y lo peor de todo es que, cuándo lo quiera tener cerca y muy lento, se andará con las prisas.
domingo, 28 de diciembre de 2008
sábado, 27 de diciembre de 2008
El reloj (continuación)
Yo siempre estoy con ellos, les platico e incluso me preocupo por su salud. Ellos simplemente deciden no prestar más atención a mí, que a una mancha desagradable en la pared. Y si lloro nadie me escuchará, tampoco si rio de mi triste estado. Como quisiera verme en un espejo, saber si soy como ellos, si tengo esos cachetes regordetes y dientes blancos. Puede que mi pelo sea rubio como el de la doña.
Eso sí, cada semana, el domingo, ella toma un pedazo de tela y me lo pasa encima repetidas veces. Se siente delicioso, me toma con una mano y con la otra, suavemente, pasa esa cosa llamada trapo sobre mi cuerpo. Y sólo entonces, me sonríe, como satisfecha, no sé si también me vea sonreír y eso la haga sentir feliz. Creo que sólo sufro de verdad, cuando algo en mi pecho se detiene. Y eso es si me va bien, cuando me va mal, siento que el dolor va y viene, y suena así: “tic, tic, tac, tic, tic, tac”. Me ha sucedido que nadie está en la casa y yo inmóvil sólo siento que el dolor se acumula de un lado y el alivio del otro. Una cosa que no me queda del todo clara es, cuando me llegan estos dolores (debería decirle a algún médico), los objetos padecen al mismo tiempo, incluso la familia. Puede que mi vista me engañe, pero no lo creo, me dolería la cabeza. La cosa es que, cuando mi corazón se detiene por completo, toda cosa móvil, se detiene absolutamente por una fracción de segundo. Eso me angustia un poco, habrá un día en el que, me pare por completo, y nadie podrá ayudarme. Y cuando el dolor, parece jugar con migo yendo y viniendo, es muy chistoso realmente, porque mis dueños no pueden evitar repetir exactamente los mismos movimientos una y otra vez. Lo último me ayuda mucho a soportar la pena, se tardan en socorrerme pero es divertido. De una vez les cuento como me “reparan”, así le dicen ellos a curar… Primero me cargan con ambas manos, me recuestan boca abajo contra la mesa, una vez en esa posición me quitan algo de la espalda. (¿Serán nudos? Siempre dicen tener de esos en sus espaldas gordas) Luego me ponen otra cosa, según sé, me ponen una “pila” y listo. Después de aquel ingenioso movimiento de “pila” yo me siento tan joven como en mi primer despertar.
Mi corazón está bien si suena así: “Tic, tac, tic, tac” y nunca se detiene (excepto cuando está cansado y pasa lo que ya dije antes). A mí me consuela oírlo, es más, ahora que lo pienso, igual es el sonido de mi corazón el que tanto inquieta a la familia… ¿Pero ellos que quieren qué yo haga? Es el motor de mi vida, ni modo que lo deje detenerse, además ellos siempre me curan cuando deja de sonar bonito. ¿Entonces qué quieren? ¿Por qué me ven con tanto miedo y de forma tan veloz? Recuerdo una vez, cuando el gordito pelirrojo era un pequeño retoño, él me veía mucho y se tomaba tiempo en observarme. Mientras me analizaba, decía en voz alta algunos números, es más se los repito, eran: “Doce, tres, seis, nueve”. Luego decía: “Quince, treinta, cuarenta y cinco, sesenta.” Ahora, si lo que desean saber es el porqué de esa numeración, no tengo ni la más remota idea, yo únicamente repito lo que recuerdo. Justamente aquello me hacía feliz, verlo observarme con tanta avidez y oírlo repetir lo mismo. En fin, ellos crecen y yo supongo que también, no estoy seguro, y ahora nadie me analiza ni mucho menos, es más me dejan sólo, frente un montón de platos de unicel. Me dejan aquí escuchando el siempre hermoso “tic, tac”.
viernes, 26 de diciembre de 2008
El reloj
-“Probablemente sea cosa de precio, dado que, en sí y por sí no tiene efecto alguno…”terminó diciendo aquel.
Le dije ayer a la doña que no comprara chongos zamoranos. ¡Ah, pero como le gusta llevar la contraria! Ahora resulta que, el mejor postre que se haya comido en esta casa, es aquel producto enlatado. “Eso no es comida”, diría el abuelo, nomás mira, parece plástico. Y yo aquí inmóvil, todos me voltean a ver pero nadie realmente se detiene a observarme. Como arrepentidos de haber volteado la vista hacia algo tan feo…Pero, yo no soy feo, eso sí, nunca me he visto en un espejo, lo que no quita que sea guapo. Es más estoy convencido de que los feos no necesitan verse para saberlo, ellos mismos se sienten así, son cosas que vienen de uno pues.
Si la compra de los chongos, no fue suficiente para asustar su instinto de “alimentación sana”, más vale que les cuente todo lo que estos glotones, poco refinados comieron hoy. La sopa era un polvito al que le agregabas agua hirviendo. No entiendo porque, mientras el agua de la “sopa” hervía, no dejaban de verme y voltearse inmediatamente después. ¿Será que se sentían intimidados o avergonzados por mi mirada reprochadora? No lo sé, la cosa es que, esa sopa no era comida tampoco, era polvo, una sustancia que seguramente hace ciclopes a los niños y saca colas de leones a los adultos. Mi abuela era bruja de pueblo y usaba muchas cosas de esas, claro no decían Campbells en grande, pero también se les añadía agua hirviendo. Comido el veneno, pasaron a comer “carne” pero a mí me parecía que era cartón con jugos extraños. Yo no podía quedarme callado, tenía que parar este envenenamiento, y con mi voz siempre muy clara, le dije: “Doña, mejor que coman lechuga o esos tomates que compró usted, pero no esa cosa innombrable.”- Creo que no le gustó el comentario, sólo me volteó a ver, se detuvo su mirada en lo que yo reconozco como mi mejilla derecha y siguió cocinando. “Y si además de feo, mis palabras no valen lo suficiente, como para ser contestadas, ¿por qué no me corren de ésta casa de una vez?” Eso pensé yo en el momento, pero seguiré el relato, la supuesta carne se acompañó con lo único comestible a su alrededor, tortillas. Y bueno el postre ya lo conocen ustedes.
Y como ellos son unos glotones de mal gusto, todo también se lo comieron rápido y sin modales. Sigo yo preguntándome si será mi mirada la que los angustia tanto, no dejaron de voltear su mirada hacia su humilde servidor. ¿Será que me hace falta un baño? No recuerdo si alguna vez me bañe, éstos recién “bañados”, se ven muy guapos, de hecho es el único momento del día en el que se ven así. También pensé que por ser el mayor de la casa, al verme tan ofendido por su casi-comida, decidieron acabar lo más pronto posible y evitar mi enojo. Digo esto porque a la vez que me veían rápido y de reojo aceleraban el ritmo. En cuanto terminaron de tragar, corrieron todos hacia la puerta, dejándome sólo con un montón de platos vacios en la cara… De verdad no entiendo qué les pasa.
Si la compra de los chongos, no fue suficiente para asustar su instinto de “alimentación sana”, más vale que les cuente todo lo que estos glotones, poco refinados comieron hoy. La sopa era un polvito al que le agregabas agua hirviendo. No entiendo porque, mientras el agua de la “sopa” hervía, no dejaban de verme y voltearse inmediatamente después. ¿Será que se sentían intimidados o avergonzados por mi mirada reprochadora? No lo sé, la cosa es que, esa sopa no era comida tampoco, era polvo, una sustancia que seguramente hace ciclopes a los niños y saca colas de leones a los adultos. Mi abuela era bruja de pueblo y usaba muchas cosas de esas, claro no decían Campbells en grande, pero también se les añadía agua hirviendo. Comido el veneno, pasaron a comer “carne” pero a mí me parecía que era cartón con jugos extraños. Yo no podía quedarme callado, tenía que parar este envenenamiento, y con mi voz siempre muy clara, le dije: “Doña, mejor que coman lechuga o esos tomates que compró usted, pero no esa cosa innombrable.”- Creo que no le gustó el comentario, sólo me volteó a ver, se detuvo su mirada en lo que yo reconozco como mi mejilla derecha y siguió cocinando. “Y si además de feo, mis palabras no valen lo suficiente, como para ser contestadas, ¿por qué no me corren de ésta casa de una vez?” Eso pensé yo en el momento, pero seguiré el relato, la supuesta carne se acompañó con lo único comestible a su alrededor, tortillas. Y bueno el postre ya lo conocen ustedes.
Y como ellos son unos glotones de mal gusto, todo también se lo comieron rápido y sin modales. Sigo yo preguntándome si será mi mirada la que los angustia tanto, no dejaron de voltear su mirada hacia su humilde servidor. ¿Será que me hace falta un baño? No recuerdo si alguna vez me bañe, éstos recién “bañados”, se ven muy guapos, de hecho es el único momento del día en el que se ven así. También pensé que por ser el mayor de la casa, al verme tan ofendido por su casi-comida, decidieron acabar lo más pronto posible y evitar mi enojo. Digo esto porque a la vez que me veían rápido y de reojo aceleraban el ritmo. En cuanto terminaron de tragar, corrieron todos hacia la puerta, dejándome sólo con un montón de platos vacios en la cara… De verdad no entiendo qué les pasa.
martes, 16 de diciembre de 2008
Constantina
Y así fue como Constantina caminó por un parque medio hundido, corriendo y el pelo en la cara. Sin tiempo para arreglar el suéter que se le deslizaba por los hombros, tampoco tenía tiempo de quitárselo, menos de peinarse, sólo tenía el tiempo justo, para ver de vez en vez el suelo.
Sus zapatos, ya sin suela, por el uso excesivo, se hacían cada vez más estrechos y los pobres pies cansados de correr se asfixiaban entre el cuero y la fricción con el asfalto. Sin embargo, Constantina, no dejó de correr, ya bien podía dejar de hacerlo, la funeraria hace ya media hora que estaba cerrada, y no la abrirían hasta dentro de dos horas más. Incluso en las funerarias se dan el lujo de tener horas de comida...todo por el bien de los empleados, del negocio ah y eventualmente de los muertitos. En realidad tenía tiempo de sobra, podía ir por un jugo de mango y quitarse esos zapatos ridículos, pero no lo hizo, ya que no tenía forma de saberlo...
Constantina siempre corre y nunca piensa; no sé si el conejo blanco acaso pensaría que nunca llegaría tarde, ni tampoco temprano a ningún lado. Siempre llegaría atemporalmente, y ella también, entre la gente que se pone corbatas y los que andan desnudos con su reloj no hay gran diferencia, el tiempo pasa y ellos no pueden hacer nada para llegar tarde o temprano en el....
En fin, Constantina se tropezó, con todo y prisa, decidió no ver el suelo y un chicle, que digo, tres chicles masticados y recién escupidos uno cerca del otro, pegaron su pie derecho con el suelo, creando algo parecido a una liga que llevó a la señorita C. al suelo. Después de eso no llegó, ni tarde ni temprano al funeral, el muerto ya había sido enterrado.
sábado, 13 de diciembre de 2008
Aves
Del interior de alguna fruta,
salen gotas color almíbar,
algunas tristes, otras felices.
Caen en el hueco de alguna mano,
una mano suspendida en el vacío,
cerca del árbol de la fruta.
Su tronco se ensancha
y la fruta pierde grosor,
la corteza se fusiona con la mano,
y la mano está hecha planta.
Como miel fresca,
las gotas se juntan en el hueco,
para que los pájaros puedan beber.
Ellos, sedientos,
acuden a la ahora mano del árbol.
Beben.
Vuelan, aquellos felices,
y los que tristes se quedan,
en las ramas del árbol se ponen a cantar.
Y de su canto florece y crece la fruta,
ellos, de la melodía, vuelven felices a volar
Se alimenta el árbol de aquellas aves que,
tristes alimentaron las flores,
y felices nutrieron el fruto.
salen gotas color almíbar,
algunas tristes, otras felices.
Caen en el hueco de alguna mano,
una mano suspendida en el vacío,
cerca del árbol de la fruta.
Su tronco se ensancha
y la fruta pierde grosor,
la corteza se fusiona con la mano,
y la mano está hecha planta.
Como miel fresca,
las gotas se juntan en el hueco,
para que los pájaros puedan beber.
Ellos, sedientos,
acuden a la ahora mano del árbol.
Beben.
Vuelan, aquellos felices,
y los que tristes se quedan,
en las ramas del árbol se ponen a cantar.
Y de su canto florece y crece la fruta,
ellos, de la melodía, vuelven felices a volar
Se alimenta el árbol de aquellas aves que,
tristes alimentaron las flores,
y felices nutrieron el fruto.
viernes, 12 de diciembre de 2008
Pensamiento
Pinceles que dibujan en el aire,
las curvaturas de una mujer,
de labios delgados,
de manos blancas y finas.
Pinceles que,
recorren el pecho que palpita,
juegan con los pequeños rizos en la nuca,
salpican gotas de sudor,
moradas y verdes.
Colores que se mezclan,
entre el sudor de una mujer
y el aliento de la otra.
Entre temblorosas y palpitantes,
sus manos dibujan lo que,
desde antes de tenerse conocían.
Recuerdan al aroma y el sabor,
de su sudor,
de sus labios.
Se sumen en un largo espiral,
de caricias y miradas,
de colores y sabores.
En los ojos crecen las formas,
de campos de amapolas jamás visitados.
miércoles, 10 de diciembre de 2008
Duke Ellington - (Boris Vian)
Sur un air de Duke Ellington, Colin entend Chloé fremir entre ses bras. C´était ainsi qu´ils s´étaient connus, chez Isis, les deux chantaient Chloé et tous deux rencontrèrent ses regards quand la musique le leur indiquait. L´écume des jours, les éfleuves qui rencontrent la mer. Entre la mer inquiète et misterieuse, et les amoureux, une épaisse mousse blanche forme une barrière composée de rêves et de realité. La mer garde mistérieusement les secrets de la vie, tandis que les jeunes fleuves offrent les secrets des plaisirs...
Peu a peu, la mousse les écare du présent et du futur, ils se submergent dans le passé, ou les souvenirs immergés un jour, revienent, d´un moment à l´autre jouer a nouveaux dans les courrants.
Mais la mer est sage, elle connait les joies et pènes des éfleuves; elle les console lentement, laissant passer un petit courrant frais, mélangé avec du Duke Ellington d´un coté a l´autre.
Voilà donc, qu´aujourd´hui, Chloé posait sa tête sur les épaules de son bien aimé, elle pleurait de joie....c´était Ellington, encore une fois.
martes, 9 de diciembre de 2008
Soñando
Nada más cierto que la mentira del beso, el engaño, el corazón que engaña sus propias razones, manipulado por la mente prostituida por las novelas prohibidas. Exigiendo bondad, exigiendo respuestas, el cerebro fuerza la sangre, la obliga a recorrer los labios, las manos, exige al tacto hacer un análisis exacto y conciso de la nueva piel. Piel que yace anhelante, suspirando por sí misma, sedienta de un constante reconocimiento de la otra mano, de los labios extranjeros, ahora casi suyos.
Sigue el corazón latiendo, pero no comprende lo que sucede, la sangre se pierde en regiones remotas casi inexploradas. Entre venas y arterias corre, roja y caliente, sube al corazón y vuelve a bajar, cada vez más fuerte. Los músculos adquieren una fuerza desconocida, la boca y la lengua participan por completo en el acto del reconocimiento, buscando trazos de beso que se escapan. Poco a poco, la sangre crece en velocidad y el corazón estimulado por la alta demanda de pulsaciones empieza a comprender su labor, concentrando su fuerza en los dedos, entre las piernas, en el pecho. Palidecen los labios hasta quedar fríos.
La razón sobrepasada por los datos recibidos, pierde el control sobre el corazón. Saturado el cerebro, se olvida del deber, y aturdido por el torrente sanguíneo, jadeante pide más, embriagándose de un fluido pesado y carmín.
Victorioso el corazón, manda señales, impulsos cada vez más breves pero constantes, dirigiendo el fluido vital a los ojos, y el hombre ve a la mujer a través de sus ojos de cristal, buscando en ellos una respuesta de sus pulsaciones. La mujer vuelve a besarlo, pero los labios helados se han vuelto torpes, no así las piernas y los brazos que ahora lo quieren alcanzar. Algún tipo de juego ha iniciado entre los dos, cada vez más fuertes, alimentados por sustancias desconocidas ocultas en los rincones de su cabeza, aun buscando reconocerse, hallarse el uno en el otro.
Se mueven casi melódicamente, ella siente retumbar un tambor en su vientre, entre sus senos y en sus manos; él siente que ella palpita bajo su abrazo, ciñéndola contra su pelvis, buscando una vez más sus ojos verdes, cristalinos…
El beso es una mentira, promete al corazón no exaltarlo, le promete dejarlo tranquilo, el beso es cosa de literatura. Y sin embargo, los besos subsecuentes no son de la literatura, ni de la poesía, se desbordan, huyen entre las páginas, saturan la mente, incitan la sangre. El beso es un sueño, un suspiro, a veces incluso un acto. Incluso puede dejar de ser mentira, pero para eso, debe dejar de ser literatura.
Sigue el corazón latiendo, pero no comprende lo que sucede, la sangre se pierde en regiones remotas casi inexploradas. Entre venas y arterias corre, roja y caliente, sube al corazón y vuelve a bajar, cada vez más fuerte. Los músculos adquieren una fuerza desconocida, la boca y la lengua participan por completo en el acto del reconocimiento, buscando trazos de beso que se escapan. Poco a poco, la sangre crece en velocidad y el corazón estimulado por la alta demanda de pulsaciones empieza a comprender su labor, concentrando su fuerza en los dedos, entre las piernas, en el pecho. Palidecen los labios hasta quedar fríos.
La razón sobrepasada por los datos recibidos, pierde el control sobre el corazón. Saturado el cerebro, se olvida del deber, y aturdido por el torrente sanguíneo, jadeante pide más, embriagándose de un fluido pesado y carmín.
Victorioso el corazón, manda señales, impulsos cada vez más breves pero constantes, dirigiendo el fluido vital a los ojos, y el hombre ve a la mujer a través de sus ojos de cristal, buscando en ellos una respuesta de sus pulsaciones. La mujer vuelve a besarlo, pero los labios helados se han vuelto torpes, no así las piernas y los brazos que ahora lo quieren alcanzar. Algún tipo de juego ha iniciado entre los dos, cada vez más fuertes, alimentados por sustancias desconocidas ocultas en los rincones de su cabeza, aun buscando reconocerse, hallarse el uno en el otro.
Se mueven casi melódicamente, ella siente retumbar un tambor en su vientre, entre sus senos y en sus manos; él siente que ella palpita bajo su abrazo, ciñéndola contra su pelvis, buscando una vez más sus ojos verdes, cristalinos…
El beso es una mentira, promete al corazón no exaltarlo, le promete dejarlo tranquilo, el beso es cosa de literatura. Y sin embargo, los besos subsecuentes no son de la literatura, ni de la poesía, se desbordan, huyen entre las páginas, saturan la mente, incitan la sangre. El beso es un sueño, un suspiro, a veces incluso un acto. Incluso puede dejar de ser mentira, pero para eso, debe dejar de ser literatura.
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