Yo siempre estoy con ellos, les platico e incluso me preocupo por su salud. Ellos simplemente deciden no prestar más atención a mí, que a una mancha desagradable en la pared. Y si lloro nadie me escuchará, tampoco si rio de mi triste estado. Como quisiera verme en un espejo, saber si soy como ellos, si tengo esos cachetes regordetes y dientes blancos. Puede que mi pelo sea rubio como el de la doña.
Eso sí, cada semana, el domingo, ella toma un pedazo de tela y me lo pasa encima repetidas veces. Se siente delicioso, me toma con una mano y con la otra, suavemente, pasa esa cosa llamada trapo sobre mi cuerpo. Y sólo entonces, me sonríe, como satisfecha, no sé si también me vea sonreír y eso la haga sentir feliz. Creo que sólo sufro de verdad, cuando algo en mi pecho se detiene. Y eso es si me va bien, cuando me va mal, siento que el dolor va y viene, y suena así: “tic, tic, tac, tic, tic, tac”. Me ha sucedido que nadie está en la casa y yo inmóvil sólo siento que el dolor se acumula de un lado y el alivio del otro. Una cosa que no me queda del todo clara es, cuando me llegan estos dolores (debería decirle a algún médico), los objetos padecen al mismo tiempo, incluso la familia. Puede que mi vista me engañe, pero no lo creo, me dolería la cabeza. La cosa es que, cuando mi corazón se detiene por completo, toda cosa móvil, se detiene absolutamente por una fracción de segundo. Eso me angustia un poco, habrá un día en el que, me pare por completo, y nadie podrá ayudarme. Y cuando el dolor, parece jugar con migo yendo y viniendo, es muy chistoso realmente, porque mis dueños no pueden evitar repetir exactamente los mismos movimientos una y otra vez. Lo último me ayuda mucho a soportar la pena, se tardan en socorrerme pero es divertido. De una vez les cuento como me “reparan”, así le dicen ellos a curar… Primero me cargan con ambas manos, me recuestan boca abajo contra la mesa, una vez en esa posición me quitan algo de la espalda. (¿Serán nudos? Siempre dicen tener de esos en sus espaldas gordas) Luego me ponen otra cosa, según sé, me ponen una “pila” y listo. Después de aquel ingenioso movimiento de “pila” yo me siento tan joven como en mi primer despertar.
Mi corazón está bien si suena así: “Tic, tac, tic, tac” y nunca se detiene (excepto cuando está cansado y pasa lo que ya dije antes). A mí me consuela oírlo, es más, ahora que lo pienso, igual es el sonido de mi corazón el que tanto inquieta a la familia… ¿Pero ellos que quieren qué yo haga? Es el motor de mi vida, ni modo que lo deje detenerse, además ellos siempre me curan cuando deja de sonar bonito. ¿Entonces qué quieren? ¿Por qué me ven con tanto miedo y de forma tan veloz? Recuerdo una vez, cuando el gordito pelirrojo era un pequeño retoño, él me veía mucho y se tomaba tiempo en observarme. Mientras me analizaba, decía en voz alta algunos números, es más se los repito, eran: “Doce, tres, seis, nueve”. Luego decía: “Quince, treinta, cuarenta y cinco, sesenta.” Ahora, si lo que desean saber es el porqué de esa numeración, no tengo ni la más remota idea, yo únicamente repito lo que recuerdo. Justamente aquello me hacía feliz, verlo observarme con tanta avidez y oírlo repetir lo mismo. En fin, ellos crecen y yo supongo que también, no estoy seguro, y ahora nadie me analiza ni mucho menos, es más me dejan sólo, frente un montón de platos de unicel. Me dejan aquí escuchando el siempre hermoso “tic, tac”.
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