-“Probablemente sea cosa de precio, dado que, en sí y por sí no tiene efecto alguno…”terminó diciendo aquel.
Le dije ayer a la doña que no comprara chongos zamoranos. ¡Ah, pero como le gusta llevar la contraria! Ahora resulta que, el mejor postre que se haya comido en esta casa, es aquel producto enlatado. “Eso no es comida”, diría el abuelo, nomás mira, parece plástico. Y yo aquí inmóvil, todos me voltean a ver pero nadie realmente se detiene a observarme. Como arrepentidos de haber volteado la vista hacia algo tan feo…Pero, yo no soy feo, eso sí, nunca me he visto en un espejo, lo que no quita que sea guapo. Es más estoy convencido de que los feos no necesitan verse para saberlo, ellos mismos se sienten así, son cosas que vienen de uno pues.
Si la compra de los chongos, no fue suficiente para asustar su instinto de “alimentación sana”, más vale que les cuente todo lo que estos glotones, poco refinados comieron hoy. La sopa era un polvito al que le agregabas agua hirviendo. No entiendo porque, mientras el agua de la “sopa” hervía, no dejaban de verme y voltearse inmediatamente después. ¿Será que se sentían intimidados o avergonzados por mi mirada reprochadora? No lo sé, la cosa es que, esa sopa no era comida tampoco, era polvo, una sustancia que seguramente hace ciclopes a los niños y saca colas de leones a los adultos. Mi abuela era bruja de pueblo y usaba muchas cosas de esas, claro no decían Campbells en grande, pero también se les añadía agua hirviendo. Comido el veneno, pasaron a comer “carne” pero a mí me parecía que era cartón con jugos extraños. Yo no podía quedarme callado, tenía que parar este envenenamiento, y con mi voz siempre muy clara, le dije: “Doña, mejor que coman lechuga o esos tomates que compró usted, pero no esa cosa innombrable.”- Creo que no le gustó el comentario, sólo me volteó a ver, se detuvo su mirada en lo que yo reconozco como mi mejilla derecha y siguió cocinando. “Y si además de feo, mis palabras no valen lo suficiente, como para ser contestadas, ¿por qué no me corren de ésta casa de una vez?” Eso pensé yo en el momento, pero seguiré el relato, la supuesta carne se acompañó con lo único comestible a su alrededor, tortillas. Y bueno el postre ya lo conocen ustedes.
Y como ellos son unos glotones de mal gusto, todo también se lo comieron rápido y sin modales. Sigo yo preguntándome si será mi mirada la que los angustia tanto, no dejaron de voltear su mirada hacia su humilde servidor. ¿Será que me hace falta un baño? No recuerdo si alguna vez me bañe, éstos recién “bañados”, se ven muy guapos, de hecho es el único momento del día en el que se ven así. También pensé que por ser el mayor de la casa, al verme tan ofendido por su casi-comida, decidieron acabar lo más pronto posible y evitar mi enojo. Digo esto porque a la vez que me veían rápido y de reojo aceleraban el ritmo. En cuanto terminaron de tragar, corrieron todos hacia la puerta, dejándome sólo con un montón de platos vacios en la cara… De verdad no entiendo qué les pasa.
Si la compra de los chongos, no fue suficiente para asustar su instinto de “alimentación sana”, más vale que les cuente todo lo que estos glotones, poco refinados comieron hoy. La sopa era un polvito al que le agregabas agua hirviendo. No entiendo porque, mientras el agua de la “sopa” hervía, no dejaban de verme y voltearse inmediatamente después. ¿Será que se sentían intimidados o avergonzados por mi mirada reprochadora? No lo sé, la cosa es que, esa sopa no era comida tampoco, era polvo, una sustancia que seguramente hace ciclopes a los niños y saca colas de leones a los adultos. Mi abuela era bruja de pueblo y usaba muchas cosas de esas, claro no decían Campbells en grande, pero también se les añadía agua hirviendo. Comido el veneno, pasaron a comer “carne” pero a mí me parecía que era cartón con jugos extraños. Yo no podía quedarme callado, tenía que parar este envenenamiento, y con mi voz siempre muy clara, le dije: “Doña, mejor que coman lechuga o esos tomates que compró usted, pero no esa cosa innombrable.”- Creo que no le gustó el comentario, sólo me volteó a ver, se detuvo su mirada en lo que yo reconozco como mi mejilla derecha y siguió cocinando. “Y si además de feo, mis palabras no valen lo suficiente, como para ser contestadas, ¿por qué no me corren de ésta casa de una vez?” Eso pensé yo en el momento, pero seguiré el relato, la supuesta carne se acompañó con lo único comestible a su alrededor, tortillas. Y bueno el postre ya lo conocen ustedes.
Y como ellos son unos glotones de mal gusto, todo también se lo comieron rápido y sin modales. Sigo yo preguntándome si será mi mirada la que los angustia tanto, no dejaron de voltear su mirada hacia su humilde servidor. ¿Será que me hace falta un baño? No recuerdo si alguna vez me bañe, éstos recién “bañados”, se ven muy guapos, de hecho es el único momento del día en el que se ven así. También pensé que por ser el mayor de la casa, al verme tan ofendido por su casi-comida, decidieron acabar lo más pronto posible y evitar mi enojo. Digo esto porque a la vez que me veían rápido y de reojo aceleraban el ritmo. En cuanto terminaron de tragar, corrieron todos hacia la puerta, dejándome sólo con un montón de platos vacios en la cara… De verdad no entiendo qué les pasa.
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