martes, 9 de diciembre de 2008

Soñando

Nada más cierto que la mentira del beso, el engaño, el corazón que engaña sus propias razones, manipulado por la mente prostituida por las novelas prohibidas. Exigiendo bondad, exigiendo respuestas, el cerebro fuerza la sangre, la obliga a recorrer los labios, las manos, exige al tacto hacer un análisis exacto y conciso de la nueva piel. Piel que yace anhelante, suspirando por sí misma, sedienta de un constante reconocimiento de la otra mano, de los labios extranjeros, ahora casi suyos.
Sigue el corazón latiendo, pero no comprende lo que sucede, la sangre se pierde en regiones remotas casi inexploradas. Entre venas y arterias corre, roja y caliente, sube al corazón y vuelve a bajar, cada vez más fuerte. Los músculos adquieren una fuerza desconocida, la boca y la lengua participan por completo en el acto del reconocimiento, buscando trazos de beso que se escapan. Poco a poco, la sangre crece en velocidad y el corazón estimulado por la alta demanda de pulsaciones empieza a comprender su labor, concentrando su fuerza en los dedos, entre las piernas, en el pecho. Palidecen los labios hasta quedar fríos.
La razón sobrepasada por los datos recibidos, pierde el control sobre el corazón. Saturado el cerebro, se olvida del deber, y aturdido por el torrente sanguíneo, jadeante pide más, embriagándose de un fluido pesado y carmín.
Victorioso el corazón, manda señales, impulsos cada vez más breves pero constantes, dirigiendo el fluido vital a los ojos, y el hombre ve a la mujer a través de sus ojos de cristal, buscando en ellos una respuesta de sus pulsaciones. La mujer vuelve a besarlo, pero los labios helados se han vuelto torpes, no así las piernas y los brazos que ahora lo quieren alcanzar. Algún tipo de juego ha iniciado entre los dos, cada vez más fuertes, alimentados por sustancias desconocidas ocultas en los rincones de su cabeza, aun buscando reconocerse, hallarse el uno en el otro.
Se mueven casi melódicamente, ella siente retumbar un tambor en su vientre, entre sus senos y en sus manos; él siente que ella palpita bajo su abrazo, ciñéndola contra su pelvis, buscando una vez más sus ojos verdes, cristalinos…
El beso es una mentira, promete al corazón no exaltarlo, le promete dejarlo tranquilo, el beso es cosa de literatura. Y sin embargo, los besos subsecuentes no son de la literatura, ni de la poesía, se desbordan, huyen entre las páginas, saturan la mente, incitan la sangre. El beso es un sueño, un suspiro, a veces incluso un acto. Incluso puede dejar de ser mentira, pero para eso, debe dejar de ser literatura.

2 comentarios:

Mondblume dijo...

Un beso puede convertirse en tantas cosas. Una de mis favoritas es cuando se convierte en un cuento tan silencioso que solo se sabe una vez, como si fuera un secreto que no se olvida pero que no se puede repetir.

Leonardo G.O. dijo...

El sueño de los enamorados: el sueño de los justos... ¡Nada!