miércoles, 22 de julio de 2009

Buenruín

La comida se sirve a las tres de la tarde, no tenemos desayuno y la cena consiste en un buffet de verduras crudas y cocidas. Recibimos visitantes mudos, venidos de todos lados, menos de la ciudad. Gente extraña, huraña; de las que se desvanecen en cuanto hablan, de las que no saben mucho de cariños, de los que han perdido los modales. Contamos con una sala común con televisión y chimenea, a las doce de la noche se apagan las luces; no se permite la entrada a ningún tipo de compañía nocturna.
Solemos divertirnos con los jóvenes que solitarios buscan olvidarse en los brazos del otro, con una pasión discreta y oscura.
Vivimos de sus propinas raquíticas, de su indiferencia pasiva. Ninguna estancia puede ser de más de cinco días y siempre, en domingo, debe de haber un cuarto libre. No hacemos ninguna junta de empleados, nadie lleva las cuentas de la casa y nuestro abogado vive en Roma a expensas de una gobernadora republicana. Sólo el señor Buenruín, el huésped de la habitación dominguera, se encarga de la administración del lugar.
De su antigua ferocidad sólo permanecían sus ojos de buitre, amarillos y violentos. Su cuerpo compacto, semejante a un cohete no dejaba olvidar sus antiguas hazañas, el viejo no se daba por vencido. De sus ácidas quejas y reclamos no quedaba mucho, había dejado el amor a la perfección por un amorío de tipo laberíntico. El desorden y el caos lo movían; poco a poco, como un hongo, crecía en él una pasión por los rompecabezas.
Pedía cuidados y a cambio entregaba su silencio, tranquilo, pacífico, ignorante de su propio secreto. Aún no había aprendido a dar las gracias y estas nunca serían por el dadas. Perdía la memoria, olvidaba su nombre, no entendía las normas de la casa.
Cuando alguno de esos topos, nos dejaba disfrazado de turista, el viejo enojado reclamaba su regreso; cuando él mismo, desde el primer día de trabajo esa primera ley nos grabó en la mente: "Nadie se quedará más de cinco días." Norma necesaria para prevenir su paranoia persecucionista.
Los domingos recolectamos manzanas para este anciano carroñero, antiguo gobernante del pueblo Buen, anti-socialista, anti-semita, anti-feminista, anti-gay, anti-sensualista, anti-dualista; quien creía en lo bueno y lo no bueno, lo muy bueno y lo super bueno, punto final. Abandonado de sí mismo, sentía, por primera vez en su vida algo parecido a la felicidad; él que con tanta resolución venía cada semana a dejarse morir.

lunes, 20 de julio de 2009

Moon and moon

Bat for Lashes and The Cure
Tell me love you ain´t gonna leave me,
tell me it´s always being like this.
Take my hand,
lead me to nowhere,
take me somewhere.
Forget about us,
we ´ll start all over.
ll be boy and you´ll be girl,
ll be lazy butll love you,
and yeah, it´s not gonna change.
So don´t worry dear,
I ain´t quitting you.

sábado, 18 de julio de 2009

La tramontana (bis)

Cuando llevé a mi madre a Zacatecas con la promesa de hacerla muy feliz no pensé que allí también estuviera la tramontana; pensé que era cosa del clima de Barcelona y de los mitos de su gente. Así que en nuestras maletas llevábamos faldas coquetas, shorts de turista inglés y tops que dejaban al descubierto nuestros blancos hombros. Nos fuimos con unos jeans y una sudadera Gap (que ya no están a la moda). Y sin mayor adorno que nuestros tenis converse, pésima elección para cualquier viajero experimentado, pero nosotras éramos amateurs, punto final.
La primera impresión de la ciudad dejó a mi mama atónita, cada casa, callejón, museo o planta era motivo de gran admiración. Si el suelo no fue alabado con el mismo fervor que las edificaciones del lugar, fue porque mi madre como buena argentina no ve mucho hacia el piso. El hotel estaba lleno, pero casualmente tenían lugar para dos, una verdadera maravilla. Y como buena Beirutti esperaba que la invitara a tomar un café en alguna de las plazas que tanto había admirado. Así lo hice, tomamos un nuevo camino de calles escurridizas y escaleras verticales. Los restaurantes estaban cerrados, también los bares, ni un solo café estaba señalado, empezaba a hacer frio. La noche se anunciaba majestuosa, con un viento inquieto pero aún controlado, vi un restaurante, noté una campana, nos abrió un joven italiano de sonrisa blanca.
El lugar era cálido, de paredes lisas color hueso. Mama tenía miedo, la delataban sus ojos pero su voz sólo emitía en tono de reclamo la promesa que le había hecho, la dejé hablar. Rolando nos tendió un menú a cada una, ambas pensábamos que era un nombre terrible para alguien tan guapo, pero ya no había remedio. Ella tomó una cerveza acompañada de un queso fundido y yo un burrito con una negra modelo. El lugar estaba lleno, gente de por allí, visitantes y extranjeros; nadie se sorprendía cuando el viento azotaba contra los vidrios de la puerta. Finalmente dieron las diez, el hotel cerraba a las once. No, sinceramente era posada, pero si mi madre se entera que se los dije nunca más consentirá un viaje que no incluya hospedaje en el Ritz. La puerta no podía abrirse, recordé que la hermana me entregó un número de teléfono, listo, un taxi colectivo pasaría por nosotras. Las calles vacías ostentaban la sobriedad de sus paredes blancas y talavera rosa. La posada funcionaba con velas, mama lloraba y sus labios me maldecían.
Las ganas de tener un buen desayuno bajo en sol nos motivó dirigió hacia la catedral. Con la esperanza de encontrar alguna mesa con café americano y pan tostado bajo los soñolientos rayos del astro anduvimos muchos o varios metros. Nada. Las tiendas habían abierto, pero no así los negocios de tipo gastronómico, entramos a un sanborns, casi malhumoradas. A las seis volvimos al hotel, jugamos ajedrez, hicimos uso de la limitada biblioteca del lugar, vimos la tramontana pasar. No pudimos odiarla, era el perfume exótico de la noche que invocaba a los locos y a los borrachos a la calle para aniquilarlos con su beso fatal.
Sí, mama y yo nos fuimos en cuanto volvió la mañana.

viernes, 17 de julio de 2009

Reign over me

Me pregunto donde estas amor,
me pregunto porque no puedo besarte,
me pregunto que haces en esta noche cálida sin luna y sin estrellas,
sin tus caricias.
Te invoco a mi lado y creo que respondes,
como un murmuro dentro de mi piel,
despierta la sensualidad,
me desenvuelvo entre notas musicales,
me desnudo ante ellas porque tú no estás.
En qué piensas ahora corazón, lejos de mi,
lejos de ti.
Te extraño y hacia el cielo levanto mis ojos ya no tan verdes,
mis lágrimas ya no tan puras,
te espero siempre y tú llegas con tus manos llenas de rosas.
Besame amor,
besame que no recuerdo como es que me tomas,
como es que me haces tuya.
Quiereme como a una mariposa, frágil y venenosa.
Ámame como a la luna,
ámame con ternura, pasión y entrega
que yo ya soy tuya.
Te amo y lo sabes, pero no estás ahora.

miércoles, 15 de julio de 2009

Pantera

Sé que a diferencia de lo que los demás piensan no obré con indiferencia, ni ignoré sus miradas ásperas cuando una vez más me vieron salir por esa puerta. Tampoco pasó desapercibido el hecho de que una vez más te habías quedado dormido, pero no me querías decir nada y yo sólo te besaba.
También sé que hoy tomé la decisión final de esta vida que parecía destino, pero por suerte no lo es. Te tomé a ti por encima de todos, y aunque sabía que tenias miedo huimos. Huimos de ellos todos y sí, un poco de nosotros mismos. Perdimos en el camino o dejamos caer perlas de tristeza; descubrimos vetas de felicidad donde los mineros pensaban que sólo había estatismo.
Me tacharon de egoísta en ese lugar de inciensos hindúes y tienen razón.
Hoy no salió el mismo sol que ayer y definitivamente no es la misma luz del mes pasado. Vuelvo siempre al primer beso mudo y no encuentro nada, sino símbolos. Ellos no lo saben, pero mi historia está escrita en ese lenguaje de signos frágiles y tormentosos. Ellos no ven mas que sus páginas llenas de polvo guardadas por el olvido.
Duermes, guardo en la piel tu beso, te lo entrego, lo guardas, sonríes. Y las manchas sólo se ven a contraluz.

domingo, 12 de julio de 2009

Jerez

Me encontraba, como de costumbre, en uno de los bares de la plaza. La cerveza se había encarecido y ya no tenía monedas para tomar el autobús. No importaba. Ya que el sol nos seguía vigilando aproveché la ligera luz para leer el periodico. Era la hora de cerrar el changarro, sólo percibí una foto y uno que otros encabezados, todos igual de malos. No tenía nada más que hacer, así que caminé alrededor de la fuente hasta que la foto de uno de los periódicos me volvió a la mente. Era Alejandra Felgueres, con más arrugas y una mirada más agresiva; pero, indudablemente se trataba de la misma muchacha que conocí en la sierra en el 94. En ese entonces yo sólo tenía 18 años, iba de turista snob a conocer los templos y ruinas de la zona, ella iba como socióloga. A pesar de la diferencia de intereses me dejó emprender el camino con ella. No hablaba mucho y lo que les contaré es información posterior a su encuentro. Su padre fue un exiliado europeo que llegó a México a formar una familia, pero tan pronto supo que podía volver a su país dejó a Alejandra en brazos de su madre. Otros exiliados hicieron lo mismo, prometiendo a sus esposas visas para que pudieran alcanzarlos, pero nada.
Alcazar, su pueblo natal, no tenía mayor edificio que una iglesia rosa y una casa con terraza para el gobernador. Las demás construcciones estaban incompletas. Las calles eran polvo, las casas color, las banquetas portaban arbustos, los techos lámina, las puertas celosía. Con rencor había crecido Alejandra entre el sol desértico y la tierra roja de su patria, con recelo recibía a los turistas que visitaban la iglesia mundialmente apreciada. Nunca se quitaba el aro de la nariz y en su espalda, marcado con fuego, estaba el símbolo del agua. No vestía como chichimeca, sabía inglés, alemán y español, pero sólo hablaba este último.
No lograba recordar su rostro ni cuerpo, la foto mostraba a una mujer cansada y dura. Las arrugas enaltecían la belleza de antaño, como trofeos acumulados, hacían saber que su portadora las había ganado una a una. Rodeaban a unos ojos de zafiro de mirada felina. Sus labios delgados mostraban una ligera sonrisa de quien ha sido vencido y reconoce la astucia del enemigo. Me molestaba haberla visto en el periódico, esas no podían ser buenas noticias, sin embargo, su mirada por alguna extraña razón me infundía tranquilidad. Volví a casa esa noche, cansada y cabizbaja, tomé un té de canela, ella siempre lo tomaba, excepto hoy. A la mañana siguiente volvieron los guerrilleros a la ciudad, el leopardo de nuevo nos había atacado.

San Miguel de Allende

Te dejaste seducir por sus joyas de plástico,
cuando las tuyas eran de esmeralda.
Ignoraste su impiedad,
cuando tu tierra roja todavía le rezaba a Tláloc.
Empezaste a bailar con tu ritmo norteño
unos swings que no te quedaban.
Dime María que hiciste del acordeón,
dime María si aún cantas.
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Nada, te recorro palmo a palmo
pero no estás, no eres tu.
Parece que oigo tu voz,
pero es una extraña la que canta.
Esa voz, María, la vendes a esos extraños
que con baratijas te pagan.
Sí, aún te ves linda,
con tus alhajas,
que no son ámbar ni esmeralda
y no significan nada.

martes, 7 de julio de 2009

The light at the end of the tunel

Caminaba por una de las calles empedradas de revolución, el calor se había asentado en el aire de la ciudad, ya eran las doce. Conocí a Anna T., tendría dieciocho años, una trenza negra como de cuervo, su rostro era más bien pálido y casi toda su belleza la portaban sus voluptuosos labios. Era la quinta vez que el florista me veía con su cara de antojo, no me había dado cuenta hasta ahora, de nuevo estaba perdida. Me acerqué a ella, su perfume era Ralph o algo así, coqueto. Pedí informes para llegar a la parada de autobuses o al metro barranca (aunque lo sabía retirado), me dijo que la siguiera, compraría flores e iría también a casa. Por suerte fuimos a otra calle para ver a la florista, compramos girasoles, no, ella los compró, yo sólo estaba. Anduvimos sin vernos (o eso creo) mas de dos cuadras, hasta que sentí la necesidad de verla y lo que ví debería enojarlos, uno a uno los pétalos de los girasoles caían al suelo. Esas flores deberían ser tratadas como damas, saludan y despiden a su padre con un donaire propio de quien es de alta alcurnia. Sus ojos veían con cierto desconcierto el movimiento mecánico de sus manos, pero sus labios delatores presumian una sonrisa diabólica. Me volteé de nuevo a ver mis pies en el suelo informe, estaba asustada. Su mano me tomó del brazo, oí que lloraba, la volví a ver, su boca no acertaba en formar un sonido. No podíamos detenernos, la gente nos empujaba sin pedir perdón, sin hacer caso a nuestra extraña presencia. Caminamos lentamente, sin dirección alguna, la dejé llorar, palos verdes hacían las veces de girasoles, era una imágen triste. Anna finalmente dejó de llorar, me dijó que tenía miedo, que se sentía atrapada en un túnel lleno de un aire espeso y pesado, sin entrada y sin salida, como si hubiera nacido en él. Le dije que eso era imposible, porque si naces en esa clase de túneles nunca llegas a enterarte que estás en ellos. No me hizo caso, no tenía que escucharme, sólo necesitaba hablar. Le pregunté si el túnel tenía estrellas o no, me dijo que sí, pero que no eran siempre las mismas. Me sorprendía la calidad de su observación, la gente que nace en túneles no suele darse cuenta de esos detalles y ese es su mayor error. Luego dijo que tampoco sentía un arriba y un abajo, no porque no los hubiera, siempre están, sino porque eran lo mismo. Eso me sorprendió un poco, ya había escuchado eso antes, sólo que no lograba recordar donde... La escuché attentamente, entre sus ojos tristes se asomaban ideas brillantes y observaciones del mayor ingenio. De nuevo sus manos comenzaban a destruir, esta vez era una simple servilleta y sus labios mostraron, una vez mas su provocadora sonrisa. Ahora hablaba como si quisiera conquistarme, decía que aquél túnel no sólo eran estrellas y oscuridad, sino que cuando uno sabía buscar encontraba hoyos de luz verde o naranja, nada muy emocionante. Me extrañó que no mostrara mayor entuciasmo al respecto, era la primera persona que encontraba luz en esos monótonos túneles y lo consideraba despreciable. Claro, le hice notar aquello y soltando una gran carcajada me tomó del hombro y dijo:
- "No seas ingénua, la luz en sí no vale nada, moriré donde nací y tú lo sabes. Ahora, lo interesante, y pensé que lo notarias, es que puedo vender esa luz a los pobres que aún no se dan cuenta de su miseria."
- "¿Y porqué harías eso?"
- "Porque puedo."
- "¿Y ellos no?"
- " No, porque no saben."
En ese momento dejó de sonreir, lo cual me alivió de sobremanera. Lloró de nuevo, pero de forma más discreta. Me pidió perdón, también que no la olvidara, así aunque sola le serviria como consuelo saber que existo y pienso en ella, fuera del túnel. Le prometí que no la olvidaría, y hasta escribo esto con la esperanza de que ustedes tampoco lo hagan...
Sonó su celular, dió indicaciones del café en el que estabamos. No tardó en llegar un joven apuesto, rubio de ojos de almendra, en un ibiza amarillo del año. No se despidió de mi, ni él me saludó, estaba enojada, no con ella, sino conmigo, ¡que ingenua! Me convenció, como toda buena negociante, le compré un pedazo de luz. El más fugaz, el menos lúcido, el menos tranparente, el más liviano, enfin, yo seguía perdida.
Alicia agradece a la bella Julia por la inspiración de este relato no tan ficticio.

jueves, 2 de julio de 2009

Los gemelos

Me encanta oírlos caminar en plena noche, con sus pasos ridículos que anhelan ser mas discretos. No, los pasos no anhelan en sí, eso me daría miedo. Se desvisten timidamente en la oscuridad, intimidados por el escándalo que provoca su ropa en el suelo. La cama rechina, quieren silencio, pero la madera insiste en crujir, pobres no saben que hacer. Nada. Mentira, insomnio, dan vueltas en la cama, hace calor. La parte divertida es cuando la sed ordena un vaso de agua inmediato. Las precauciones tomadas al principio son ahora inútiles, la puerta del cuarto rechina, en la cocina se oyen varios vasos chocar... doblan el ruido, ahora ya no me estoy tan contentilla. Sin ninguna señal de civilización vacían esos vasos espantosos.... qué repugnante. Recuerdan que no deben hacer ruido, vuelven al cuarto con una torpeza de encanto, tampoco durmieron esa noche.