martes, 7 de julio de 2009

The light at the end of the tunel

Caminaba por una de las calles empedradas de revolución, el calor se había asentado en el aire de la ciudad, ya eran las doce. Conocí a Anna T., tendría dieciocho años, una trenza negra como de cuervo, su rostro era más bien pálido y casi toda su belleza la portaban sus voluptuosos labios. Era la quinta vez que el florista me veía con su cara de antojo, no me había dado cuenta hasta ahora, de nuevo estaba perdida. Me acerqué a ella, su perfume era Ralph o algo así, coqueto. Pedí informes para llegar a la parada de autobuses o al metro barranca (aunque lo sabía retirado), me dijo que la siguiera, compraría flores e iría también a casa. Por suerte fuimos a otra calle para ver a la florista, compramos girasoles, no, ella los compró, yo sólo estaba. Anduvimos sin vernos (o eso creo) mas de dos cuadras, hasta que sentí la necesidad de verla y lo que ví debería enojarlos, uno a uno los pétalos de los girasoles caían al suelo. Esas flores deberían ser tratadas como damas, saludan y despiden a su padre con un donaire propio de quien es de alta alcurnia. Sus ojos veían con cierto desconcierto el movimiento mecánico de sus manos, pero sus labios delatores presumian una sonrisa diabólica. Me volteé de nuevo a ver mis pies en el suelo informe, estaba asustada. Su mano me tomó del brazo, oí que lloraba, la volví a ver, su boca no acertaba en formar un sonido. No podíamos detenernos, la gente nos empujaba sin pedir perdón, sin hacer caso a nuestra extraña presencia. Caminamos lentamente, sin dirección alguna, la dejé llorar, palos verdes hacían las veces de girasoles, era una imágen triste. Anna finalmente dejó de llorar, me dijó que tenía miedo, que se sentía atrapada en un túnel lleno de un aire espeso y pesado, sin entrada y sin salida, como si hubiera nacido en él. Le dije que eso era imposible, porque si naces en esa clase de túneles nunca llegas a enterarte que estás en ellos. No me hizo caso, no tenía que escucharme, sólo necesitaba hablar. Le pregunté si el túnel tenía estrellas o no, me dijo que sí, pero que no eran siempre las mismas. Me sorprendía la calidad de su observación, la gente que nace en túneles no suele darse cuenta de esos detalles y ese es su mayor error. Luego dijo que tampoco sentía un arriba y un abajo, no porque no los hubiera, siempre están, sino porque eran lo mismo. Eso me sorprendió un poco, ya había escuchado eso antes, sólo que no lograba recordar donde... La escuché attentamente, entre sus ojos tristes se asomaban ideas brillantes y observaciones del mayor ingenio. De nuevo sus manos comenzaban a destruir, esta vez era una simple servilleta y sus labios mostraron, una vez mas su provocadora sonrisa. Ahora hablaba como si quisiera conquistarme, decía que aquél túnel no sólo eran estrellas y oscuridad, sino que cuando uno sabía buscar encontraba hoyos de luz verde o naranja, nada muy emocionante. Me extrañó que no mostrara mayor entuciasmo al respecto, era la primera persona que encontraba luz en esos monótonos túneles y lo consideraba despreciable. Claro, le hice notar aquello y soltando una gran carcajada me tomó del hombro y dijo:
- "No seas ingénua, la luz en sí no vale nada, moriré donde nací y tú lo sabes. Ahora, lo interesante, y pensé que lo notarias, es que puedo vender esa luz a los pobres que aún no se dan cuenta de su miseria."
- "¿Y porqué harías eso?"
- "Porque puedo."
- "¿Y ellos no?"
- " No, porque no saben."
En ese momento dejó de sonreir, lo cual me alivió de sobremanera. Lloró de nuevo, pero de forma más discreta. Me pidió perdón, también que no la olvidara, así aunque sola le serviria como consuelo saber que existo y pienso en ella, fuera del túnel. Le prometí que no la olvidaría, y hasta escribo esto con la esperanza de que ustedes tampoco lo hagan...
Sonó su celular, dió indicaciones del café en el que estabamos. No tardó en llegar un joven apuesto, rubio de ojos de almendra, en un ibiza amarillo del año. No se despidió de mi, ni él me saludó, estaba enojada, no con ella, sino conmigo, ¡que ingenua! Me convenció, como toda buena negociante, le compré un pedazo de luz. El más fugaz, el menos lúcido, el menos tranparente, el más liviano, enfin, yo seguía perdida.
Alicia agradece a la bella Julia por la inspiración de este relato no tan ficticio.

4 comentarios:

San Bartolo Ameyalco dijo...

Habría que montar la boutique de la luz, donde cada una es única...

sigue avanzando

uh uh uh dijo...

You whore.

I love you.

Obvio es para la chica que toma el metro para ver a su muchachón de Ibiza amarillo. No diré más.

trugl

Pau dijo...

Hey, sigo en espera de un escrito acerca del piso de Tacubaya, ayer me acordé de la conversación que tuvimos al respecto. Espero puedas complacer a tu tan fiel lectora, que debe aceptar, apenada, que ha descuidado un poco la lectura de tu blog. Igual me pondré al corriente. Te mando un beso y espero vernos el martes!!
Fiesu

Mondblüme dijo...

Ahora mismo yo quiero comprar luz, la necesito. Dile a la tocaya que ya tiene clientela.