La comida se sirve a las tres de la tarde, no tenemos desayuno y la cena consiste en un buffet de verduras crudas y cocidas. Recibimos visitantes mudos, venidos de todos lados, menos de la ciudad. Gente extraña, huraña; de las que se desvanecen en cuanto hablan, de las que no saben mucho de cariños, de los que han perdido los modales. Contamos con una sala común con televisión y chimenea, a las doce de la noche se apagan las luces; no se permite la entrada a ningún tipo de compañía nocturna.
Solemos divertirnos con los jóvenes que solitarios buscan olvidarse en los brazos del otro, con una pasión discreta y oscura.
Vivimos de sus propinas raquíticas, de su indiferencia pasiva. Ninguna estancia puede ser de más de cinco días y siempre, en domingo, debe de haber un cuarto libre. No hacemos ninguna junta de empleados, nadie lleva las cuentas de la casa y nuestro abogado vive en Roma a expensas de una gobernadora republicana. Sólo el señor Buenruín, el huésped de la habitación dominguera, se encarga de la administración del lugar.
De su antigua ferocidad sólo permanecían sus ojos de buitre, amarillos y violentos. Su cuerpo compacto, semejante a un cohete no dejaba olvidar sus antiguas hazañas, el viejo no se daba por vencido. De sus ácidas quejas y reclamos no quedaba mucho, había dejado el amor a la perfección por un amorío de tipo laberíntico. El desorden y el caos lo movían; poco a poco, como un hongo, crecía en él una pasión por los rompecabezas.
Pedía cuidados y a cambio entregaba su silencio, tranquilo, pacífico, ignorante de su propio secreto. Aún no había aprendido a dar las gracias y estas nunca serían por el dadas. Perdía la memoria, olvidaba su nombre, no entendía las normas de la casa.
Cuando alguno de esos topos, nos dejaba disfrazado de turista, el viejo enojado reclamaba su regreso; cuando él mismo, desde el primer día de trabajo esa primera ley nos grabó en la mente: "Nadie se quedará más de cinco días." Norma necesaria para prevenir su paranoia persecucionista.
Los domingos recolectamos manzanas para este anciano carroñero, antiguo gobernante del pueblo Buen, anti-socialista, anti-semita, anti-feminista, anti-gay, anti-sensualista, anti-dualista; quien creía en lo bueno y lo no bueno, lo muy bueno y lo super bueno, punto final. Abandonado de sí mismo, sentía, por primera vez en su vida algo parecido a la felicidad; él que con tanta resolución venía cada semana a dejarse morir.
4 comentarios:
Dices "anti-socialista" como si fuera algo malo.
uhhh la palabra verificadora:
orate
órate cuatro rezos a Odin por la bárbaridad que ha cruzado tus mientes...opio ser anti-socialista es malo, sólo que los capitalistas no quieres que lo notes y te llenan de información basura.
buenísima historia, es una casa de prostituas?? porque así me lo imagine...
Palabra: preves
Awesome! Si tiviera un botoncito en forma de estrellita amarilla para ponerle un "favoritos" lo haría.
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