sábado, 29 de agosto de 2009

Soundless

All that no-one sees,
You see what's inside of me,
Every nerve that hurts,
You heal deep inside of me.
Joga-Bjork
Él ve el suelo, la cabeza bien baja no sabe siquiera hacia donde caminan. Cada tres pasos hay una flor en la banqueta, solo él la puede ver. Le dice que se detengan, sólo unos segundos, la flor se mueve, es la misma, lo sigue. Ella no escucha, va tras una mariposa gigante, prófuga del zoológico. Quiere llover sobre la ciudad, se detienen, los ojos verdes lloran, pero ella no lo sabe. Conmovido cree que la ha herido, no es cierto, ella sonríe, le pone la flor entre sus manos, palpita.
Quisiera hablar pero no puede, sus palabras son hojas verdes o puro otoño, crujen se deshacen. Quisiera pensar, pero no sabe; le gustaría poder entrar a su mente y ordenar el imaginario completo, querría entender su propio desorden. Quisiera conocer el caos que la hace parecer tan torpe, quisiera dejar de perseguir mariposas y decirle que lo ama. Murmurarle palabras que no existen, como en ese viejo poema de Brell, y que él solo entendería. Quiere que la besen, pero no se atreve a sugerir el beso. Crecen en su pecho, como enredaderas, las venas. La piel blanca impaciente pide un beso, por las mejillas ruedan dos pequeñas lágrimas verdes.
La fuite, toujours la fuite; un monde, nôtre monde. Une petite maison a nous, construite de mots et de bisous. El límite de sus palabras, deseperación absoluta, casi muda.

Sunrise, sunrise

Lunes, el despertador suena, no lo escuchamos, fuera de la cama hace frío. Primer día de trabajo, jefe excéntrico, trafico, no hay gasolina. Me hago pequeña entre sus brazos, no nos movimos durante la noche, realmente hacía frío. Torpemente intentamos callar al despertador, se cae el vaso de agua; estira el brazo, deja caer el tomo II de su novela clásica traducción de fulanito de tal sobre el agua.
La caída, el ruido, la mañana finalmente lo sorprenden. Nos levantamos, hoy me toca lavarme los dientes primero.
Huele a café, él lo odia, no lo hace muy bien, me encanta. No hay ropa seca, ni limpia, creímos que el lunes llegaría en dos días. Quedan cinco minutos, podríamos llegar temprano, pero, sólo queremos llegar a tiempo. Un beso, dos; se siguen, corren uno detrás del otro y se escapan jugando a alcanzarse. Empate, nadie gana cada quien toma su carro.
El escritorio nuevo presume sus documentos azules y amarillos. Hay una pluma fuente en la esquina superior izquierda, a mí me pusieron una margarita; su oficina está vacía. El fax suena, la copiadora suspira, se lamentan pero nadie los escucha. La secretaria me presiona, quiere irse temprano, mi computadora no es mac, ni xp, una pesadilla.
Pasa la hora de la comida sin ninguna novedad, me pregunto si será mejor usar la impresora de la sala general o la que está en el centro de copias. La primera me queda más cerca, la segunda es un pretexto para alejarme de Sandra la secretaria. No tomo ninguna decisión, en primer lugar no debería estar trabajando.
La tarde no pasa, Luis no está; la gente me habla, no son Luis; Guzmán me ofrece café, está bueno, pero no lo hizo Luis. Son las siete; no, son las seis con cincuenta y nueve minutos; de nuevo, siete; retrocede, seis con cincuenta y ocho; vuelve, avanza.
Los semáforos no son rojos, ni verdes. Todos manejan en estado de ebriedad, el niño de tres años está parado sobre el asiento delantero, me ve por la ventana, no le digo nada a la madre. Vamos a casa, la radio descompuesta, los vidrios empañados; urge llegar a casa.
Llegamos, gotas de sudor se deslizan sobre nuestro cuello. Vencidos una vez más por este sistema "jefe-empleado" que no nos convence.
El agua hierve en la cocina, suena un poco de música, su lentitud nos envuelve. El agua cae en la regadera, revivo, está fría. Felices y mudos, volvemos a la cama, el uno dentro del otro. Se pierden mis ojos entre sus palabras, el corazón que palpita; el primer beso, la primera caricia, la primera sonrisa; veo verde.
Respiramos, nos llenamos de aire, me toma del brazo y nos sumergimos. Desnudos entre algún mar y algún río, cubiertos por su espuma, pelean un pez espada y una boa. Giran, retroceden, crece la luna, la rodean. Sin oxígeno caen rendidos al fondo de las sábanas. Mi mano sobre su espalda dormida juega a recorrer su piel erizada.

Introducción

Camino descalza sobre su espalda,
se estremece.
Un terremoto,
el cielo sigue inmóvil.
Caigo los brazos extendidos,
duermo.
Amanece,
la espalda sigue temblando,
la acaricio,
no la abarco.
Un volcán se eriza sobre su piel,
me levanto,
corro lentamente hacia su cuello.
Perlas de luz,
medio enamoradas, caen sobre mi rostro.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Para Pachu

Martes, gira encendida en lágrimas
la mujer con los ojos de luna.
Serpentea la vieja bufanda sobre la mesa,
arde en llamas la antigua colonia.
Juega alrededor del cuello,
brillan los recuerdos,
palabras impresas
en el techo verde,
imaginario revuelto,
revolotea...
Miércoles por la mañana,
la misma mujer,
la bufanda hecha cuello,
respira hondo, deja de girar.

sábado, 22 de agosto de 2009

Colibrí

No dicen nada del colibrí los que lo han visto nadar.


Las bancas verdes del parque permanecían vacías, el niño de la playera verde pateaba una pelota roja contra la reja, su hermana gritaba su nombre conforme se alejaba. Las calles abandonadas respiraban, liberadas de nuestros pasos. Y el columpio cedía ante el movimiento de mis piernas.

El pasto descuidado, de su color triste me hería, también los juegos destrozados, los arbustos mutilados, la naturaleza muerta. El columpio no deja de mecerme, suave, el viento levanta mi cabello. Sonámbula, pienso que soy esa naturaleza. Sólo los sentidos, exitados, me mantienen viva, respiro con las calles ese mismo aire liberado.

La hermana ya se fue, el niño sigue jugando, me observa. La cabellera revuelta, cansado, los ojos llenos de amor me lanza la pelota. La regreso, la devuelve, ida y vuelta. El columpio abandona su rechinar, se pierde entre ese parque medio muerto. De mi piel brotan gotas de rocio. Pueden reverdecer el pasto, enderezar el arbusto pero no logran componer el tobogán.

Oscura y vacía llega la noche, la pelota en brazos corremos tras los últimos rayos del sol. Caigo, una piedra negra tuerce mi tobillo; busca mi mano, me levanta, ya no hay luz. En casa no nos recuerdan, somos completamente invisibles. La gente ve la pelota verde moverse, no dicen nada, han cultivado el arte de la indiferencia.

jueves, 20 de agosto de 2009

La solandra

Verde en los ojos que no deja de brillar,
crece bajo el encanto de unos labios
que aún no la han tocado.
Impaciente los cierra.
Otoño en la piel,
las estaciones invertidas,
primavera en las manos.
Desaparece la mariposa en la flor,
la solandra alada,
reverdece el estéril campo,
vuelve el sol a su antiguo reino.
Trémulas manos de un viento dorado
elevan hacia las estrellas
al amado y a su amante.
Ojos verdes adornados por un beso.
Ansiosas las nubes esperan dejarse caer,
suenan los relámpagos,
el aire juguetón
no deja de moverse.
Siguen en el beso eterno,
inertes por la lluvia,
sumidos en el amarillo
de ese otoño que regresa.
Noche en sus labios,
cae el sueño como miel sobre su cuerpo,
plateada, los envuelve la luz.
Despiertan, sigue el mismo calor,
el mismo puerto,
el mismo cuarto,
sonríen.

domingo, 9 de agosto de 2009

Recordatorio

No sé donde estoy, recuerdo haber manejado, tenía prisa. El lugar es grande y tenebroso a pesar de los grandes jardines y pasillos iluminados. Recuerdo la secundaria vagamente, el lugar es similar. Yo no debería estar aquí. Olas de frío recorren mi espalda, sonrío, pero no quiero; en los pasillos niños de primaria se pasean, los saludo por sus nombres, no sé quienes son.
Quisiera salir de aquí, pero la construcción es circular. El aire blanco y frío recorre mi cuerpo, estoy adolorida, me hago pequeña. Llego a un patio de cemento, ahora estoy en primaria y los niños son de kinder, yo no. Me escondo de esa sociedad prematura, entre enredaderas y arbustos desnudos me siento. Los grillos descansan sobre mis diminutos jeans, los atrapo y suelto sobre mis tenis blancos.
Alguien más entra en mi escondite, no quiero preguntar quién, dejo caer mi cabeza sobre mis rodillas, no estoy. Su mano se posa sobre mi hombro izquierdo, es un señor joven, muy alto, no sé quién es, dejo que me tome entre sus brazos. De repente recuerdo, es él, me invade la emoción, pero mi mente primitiva de infante no me permite formular la pregunta que quisiera. Pronto me aleja de él, también había disminuido.
No me recuerda del todo, huye como yo de todos ellos, quisiéramos llorar, no nos atrevemos. Su cabeza cae sobre mi pecho, lo escucho suspirar largamente con muchas tristeza. Sí, incluso a esta edad consigo darme cuenta del dolor y los secretos que carga este niño solitario. Como la hora de regresar a clases ya llegó decidimos salir de este diminuto paraíso.
Intento caminar a su lado, pero acelera el paso conforme avanzamos, se ha olvidado que lo conocí bajo su otra forma. Y la metamorfosis llegaba a su fin, me coloco a su lado, muy cerca para poder acariciar su cabeza. El sol ilumina sus manchas simétricas y negras; se refleja entre su pelaje suave y azul; acaricia sus ojos azules aún vivos. Finalmente deja de avanzar, se voltea hacia mí y me lanza una mirada propia de quién acaba de reconocer a un pariente amado. Dejo que coloque sus labios sobre mi oído, respira con fuerza, pronto me lo dirá, su pena y nuestro secreto.
De repente desaparecen sus exhalaciones, me alejo; sus ojos todavía móviles me observan con miedo e impotencia, el pelaje sedoso se convierte en madera, como una máscara. Me duele el corazón, estoy confundida, lo tomo entre mis brazos; nada en su rostro muestra alguna expresión, atrapado entre las marcas de su magnifica prisión.
Y casi con intensión maléfica, montones de hongos blancos se dedican a invadir su hocico y nariz, las cuencas de sus ojos, sus oídos, proliferando la belleza de este dios bastardo. Desesperados los arrancamos, y ellos vuelven a crecer solemnemente, a sabiendas de que ganarán.
Vuelvo a mi cuerpo de mujer, siento mi cuerpo desnudo entre el viento frío. Se acerca una mujer, otra, como yo, enojada y en mis brazos, el niño muere una vez más. Lo siento en la mirada de aquella, soy culpable, una vez más. Me refugio entre mis piernas blancas, no quiero volver y perderlo una vez más, a él y al misterio de nuestra infancia. Duermo, no voy a despertar.

sábado, 1 de agosto de 2009

Erebo

Alguna de las mañanas grises en las que me dirigía a la escuela, me encontré con una fotografía de la luna. La cual presumía un fondo negro con una imagen gris. Ya en clase se la mostré a Mariana, pero no fue más que un separador practico para su mente ciega. Finalmente llegue a casa, sin comida, con sed y una foto subvalorada por el mundo.
Quise dormir esa tarde, pero sentía la mirada de la luna sobre mí, me observaba con un aire inquieto. La fotografía delataba aquello que al principio parecía una mancha. Entre las casas del pueblo triste, el sol desaparecía, dejando atrás su luz abrigadora y somnífera.
Débil me dejaba deslizar en la cama, brazos y piernas inmóviles, los párpados pesados sellaban esa luna gris en mi mente. Y mas temprano que siempre se anunció la reina de la noche con su resplandor divino frente a mi ventana, un poco más crecida y majestuosa que de costumbre. A su alrededor, un cielo negro se oscurecía cada vez un poco más, como si intentara ocultar algo y las estrellas estaban todas acomodadas en esa tela gruesa, siempre obedientes hacia su majestad.
Se trataba de él, ya lo sabía, la fotografía me lo había mostrado. Con sus ojos de fuego y fauces de cristal, su cuerpo de tigre y mirada casi humana. A pesar de su tamaño descomunal, permanecía oculto, entre la diminuta línea que divide el rostro brillante de la reina y la faz cubierta por su velo. En posición de emboscada esperaba algún corazón mortal que lo sacara de las tinieblas.
Era el cielo contra mí; su secreto y mi silencio; una recompensa por quien terminara con mi memoria. Y salió el tigre del yugo de su madre.
Mi mente cansada de luchar se rendía ante una estrella gorda y anciana, ambiciosa también ya que sabía que moriría pronto.
Entre truenos y sirenas de un pueblo perdido rugió el tigre invencible. De nuevo despertó mi cuerpo y me senté en el lomo del casi dios, producto de los amoríos ilícitos de la reina de plata. Huimos sin rumbo ni escondite, lejos de los astros, de todos esos malditos lacayos.
Llegó la mañana junto con el cantar de algún pájaro y con el rocío en mi piel y en la del casi felino. Entre suspiros volvimos al pueblo, a un desierto de calles limpias, de gente ausente, sin vida. Volvió Erebo a las tinieblas altivas, sin mas recuerdo que la imagen de mi cuerpo oculto por la sombra un gran baobab.

Puerto

Perlas de noche,
luminarias que se creen ciudades.
Tus ojos verdes,
manchados por el paso de marineros sucios.
Te quejas morena, con tu voz de viento,
me alejas, de tu corazón blanco.
Las lágrimas del sol
adornan tu rostro arrugado,
y sumisa
te dejas llevar por el cantar de sus súplicas.
Morena de arena
te he besado las mejillas,
por si sonríes y los despides a todos.
Te regalé mi alegría,
temiendo no volver a sentirla
y la dejaste caer
al fondo de tus mares revoltosos.
Y si alguna noche,
bella soñolienta, rieras,
te diría que te amo.