sábado, 29 de agosto de 2009

Sunrise, sunrise

Lunes, el despertador suena, no lo escuchamos, fuera de la cama hace frío. Primer día de trabajo, jefe excéntrico, trafico, no hay gasolina. Me hago pequeña entre sus brazos, no nos movimos durante la noche, realmente hacía frío. Torpemente intentamos callar al despertador, se cae el vaso de agua; estira el brazo, deja caer el tomo II de su novela clásica traducción de fulanito de tal sobre el agua.
La caída, el ruido, la mañana finalmente lo sorprenden. Nos levantamos, hoy me toca lavarme los dientes primero.
Huele a café, él lo odia, no lo hace muy bien, me encanta. No hay ropa seca, ni limpia, creímos que el lunes llegaría en dos días. Quedan cinco minutos, podríamos llegar temprano, pero, sólo queremos llegar a tiempo. Un beso, dos; se siguen, corren uno detrás del otro y se escapan jugando a alcanzarse. Empate, nadie gana cada quien toma su carro.
El escritorio nuevo presume sus documentos azules y amarillos. Hay una pluma fuente en la esquina superior izquierda, a mí me pusieron una margarita; su oficina está vacía. El fax suena, la copiadora suspira, se lamentan pero nadie los escucha. La secretaria me presiona, quiere irse temprano, mi computadora no es mac, ni xp, una pesadilla.
Pasa la hora de la comida sin ninguna novedad, me pregunto si será mejor usar la impresora de la sala general o la que está en el centro de copias. La primera me queda más cerca, la segunda es un pretexto para alejarme de Sandra la secretaria. No tomo ninguna decisión, en primer lugar no debería estar trabajando.
La tarde no pasa, Luis no está; la gente me habla, no son Luis; Guzmán me ofrece café, está bueno, pero no lo hizo Luis. Son las siete; no, son las seis con cincuenta y nueve minutos; de nuevo, siete; retrocede, seis con cincuenta y ocho; vuelve, avanza.
Los semáforos no son rojos, ni verdes. Todos manejan en estado de ebriedad, el niño de tres años está parado sobre el asiento delantero, me ve por la ventana, no le digo nada a la madre. Vamos a casa, la radio descompuesta, los vidrios empañados; urge llegar a casa.
Llegamos, gotas de sudor se deslizan sobre nuestro cuello. Vencidos una vez más por este sistema "jefe-empleado" que no nos convence.
El agua hierve en la cocina, suena un poco de música, su lentitud nos envuelve. El agua cae en la regadera, revivo, está fría. Felices y mudos, volvemos a la cama, el uno dentro del otro. Se pierden mis ojos entre sus palabras, el corazón que palpita; el primer beso, la primera caricia, la primera sonrisa; veo verde.
Respiramos, nos llenamos de aire, me toma del brazo y nos sumergimos. Desnudos entre algún mar y algún río, cubiertos por su espuma, pelean un pez espada y una boa. Giran, retroceden, crece la luna, la rodean. Sin oxígeno caen rendidos al fondo de las sábanas. Mi mano sobre su espalda dormida juega a recorrer su piel erizada.

3 comentarios:

Leonardo G.O. dijo...

Es genial esa mezcla de realidad y fantasía; me gustó, nos veremos.

Pia dijo...

Podría ser un día comun de los personajes principales de Dos crimenes, de Ibargûengoitia.

Mondblüme dijo...

a) No quiero trabajar.
b) Ese café mal hecho no puede tener un mejor sabor.
c) Soy fan de las noches desveladas y las mañanas apuradas, como ésas.