sábado, 1 de agosto de 2009

Erebo

Alguna de las mañanas grises en las que me dirigía a la escuela, me encontré con una fotografía de la luna. La cual presumía un fondo negro con una imagen gris. Ya en clase se la mostré a Mariana, pero no fue más que un separador practico para su mente ciega. Finalmente llegue a casa, sin comida, con sed y una foto subvalorada por el mundo.
Quise dormir esa tarde, pero sentía la mirada de la luna sobre mí, me observaba con un aire inquieto. La fotografía delataba aquello que al principio parecía una mancha. Entre las casas del pueblo triste, el sol desaparecía, dejando atrás su luz abrigadora y somnífera.
Débil me dejaba deslizar en la cama, brazos y piernas inmóviles, los párpados pesados sellaban esa luna gris en mi mente. Y mas temprano que siempre se anunció la reina de la noche con su resplandor divino frente a mi ventana, un poco más crecida y majestuosa que de costumbre. A su alrededor, un cielo negro se oscurecía cada vez un poco más, como si intentara ocultar algo y las estrellas estaban todas acomodadas en esa tela gruesa, siempre obedientes hacia su majestad.
Se trataba de él, ya lo sabía, la fotografía me lo había mostrado. Con sus ojos de fuego y fauces de cristal, su cuerpo de tigre y mirada casi humana. A pesar de su tamaño descomunal, permanecía oculto, entre la diminuta línea que divide el rostro brillante de la reina y la faz cubierta por su velo. En posición de emboscada esperaba algún corazón mortal que lo sacara de las tinieblas.
Era el cielo contra mí; su secreto y mi silencio; una recompensa por quien terminara con mi memoria. Y salió el tigre del yugo de su madre.
Mi mente cansada de luchar se rendía ante una estrella gorda y anciana, ambiciosa también ya que sabía que moriría pronto.
Entre truenos y sirenas de un pueblo perdido rugió el tigre invencible. De nuevo despertó mi cuerpo y me senté en el lomo del casi dios, producto de los amoríos ilícitos de la reina de plata. Huimos sin rumbo ni escondite, lejos de los astros, de todos esos malditos lacayos.
Llegó la mañana junto con el cantar de algún pájaro y con el rocío en mi piel y en la del casi felino. Entre suspiros volvimos al pueblo, a un desierto de calles limpias, de gente ausente, sin vida. Volvió Erebo a las tinieblas altivas, sin mas recuerdo que la imagen de mi cuerpo oculto por la sombra un gran baobab.

3 comentarios:

Pia dijo...

Quiero huir!!
Huyamos!!!

NMMP dijo...

En "El tigre de Malasia", o en alguna de sus muchas novelitas de piratas, Salgari escribió una escena de persecusión de un suspenso admirable. EL pirata mayor huye por la selva con la chica principal, perseguido por el ejercito de los malos —que ya no recuerdo si eran ingleses o franceses o holandeses, pero sin duda alguna eran alguna marca de occidentales.

La escenita te pone la carne de gallina. Pero entonces el pirata principal se tropieza con la raíz de un Baobaob. Entonces, Salgari se lanza a atorarte un tratado de biología del baobaob por las siguientes 20 páginas.

Es precioso.

Y mi comment es eterno. Pero hacía mucho que no leía la palabra baobaob.

Mondblüme dijo...

No quiero arruinarlo con palabras. Imagina lo demás.