Pensaba aquella niña que el señor del autobús anotaba las cuentas pendientes de aquél poeta del departamento 103. Pensaba la mujer que no iba en un autobús sino que flotaba por encima de los autos; sabía el hombre que era observado por la niña.
Sus grandes y negros ojos, los de la pequeña, buscaban en el papel de aquél, el resultado de su ensimismamiento; a su izquierda la mujer sacaba su libreta de dibujos y empezó a trazar líneas sin mucho sentido. El hombre escribía, y de vez en cuando, cuando ésta no lo notaba, volteaba a ver a la niña. Poseía la gracia que años más tarde se transformaría en sensualidad, sus ojos curiosos parecían preguntar por el porqué de cada cosa. Ella observaba al hombre delgado que quizá pensara en muchos números o anotaba en su agenda todos sus pendientes. Su mirada, primero atenta, se perdía conforme la mano de aquél adquiría velocidad propia. La mujer se ponía los audifónos de su ipod, veía a su alrededor, luego hacia la ventana y de nuevo a la hoja. El autobús frenaba bruscamente, el señor rayaba la mitad de lo que había anotado, ella prevenía el desastre y levantaba el lápiz del papel.
Era cierto que aquél poeta no había pagado, pero el "anotador" no estaba molesto, quería ayudarle, siempre quería ayudar y el poeta nunca quería salir de las aguas metafísicas que lo ahogaban. El que anotaba veía a la niña, a su madre, a la mujer y pensaba. Cuando no habían baches procuraba escribir y el sol se ocultaba tras las montañas, dejando saborear su luz dorada. La niña creyó que ese señor era muy aburrido, su traje gris la ponía triste, sus ojos azules ocultos por unos lentes pequeños estaban casi muertos y su delgadez extrema la asustaban. Temerosa veía al sujeto, como si buscara la vida en él con el prejuicio de que no la tenía, pensando que anotaba pequeños números fríos, como él. Se acercaban al destino y tanto él como la señora guardaron sus cosas en sus bolsas, ambos arrancaron la hoja en la que habían estado trabajando y doblaron en mitades muy pequeñas. Primero se bajó la niña, su madre la jalaba del brazo; al mismo tiempo, el hombre ponía en la mano de aquella la hoja arrancada. Luego la mujer se bajó y dejó en la mano del señor su dibujo. Finalmente y un tanto sorprendido, se bajó él del autobús.
El dibujo retrataba a la niña viéndolo escribir. El dibujo ilustraba lo que había escrito, deseaba ir por la artista, preguntarle porque hizo ese dibujo y no otro.
La niña sonrió al leer la carta, ese hombre no era un sujeto gris, sino un observador, casi como ella.
2 comentarios:
Yei! Ya te extrañaba.
Me gustó.
Parece una esena que de verdad hubiere pasado en un tiempo del pasado: ¡vah! Agradable...
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